sábado, 12 de noviembre de 2016

El novato



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Que dicen los tertulianos que a Trump le falta experiencia.

La experiencia, en España, es agarrarse como una lapa a una silla del Estado e ir sumando trienios.

En los 90, un amigo mío, rico y pintor, por ese orden, vino de Nueva York para establecerse en Madrid una temporada y fue a alquilar un estudio. “¿Nómina?”, le dijeron. “No tengo nómina. Tengo dinero.” No le vendieron el estudio: sin nómina, era un paria.

Trump es empresario inmobiliario de éxito en Nueva York, no en Bisáu. Y los tertulianos no recuerdan que el Estado moderno es una creación del florentino Cosme el viejo, que organizó la política según el modelo de sus empresas.

Para bajar los impuestos, que es el verdadero escándalo del trumpismo, no se necesita experiencia, sino voluntad, y esa voluntad sólo puede tenerse fuera de la socialdemocracia, es decir, lejos de la mamandurria del gobierno.

En la teoría, el totalitarismo socialdemócrata promete la humanidad de San Crispín, queriendo el cuero de los ricos para hacer con él botas a los pobres. En la práctica, el cuero sale de la clase media, pues los ricos, que son más listos y votaron Clinton, gastan “Converse”.

Nadie previó la victoria de Trump –se defienden los tertulianos.

Ellos, no. Pero en el mundo hubo muchos que sí, pero no los quisieron oír. Lo vio hasta Tocqueville (el hombre que, para Schmitt, “¡lo había entendido ya todo en 1835!”), que pronosticó una humanidad centralizada y democratizada por dos fuerzas históricas concretas, América y Rusia: dos gigantes del espíritu europeo y, sin embargo, no europeos, llegarían a encontrarse por encima de las fronteras y de las cabezas de la pequeña Europa.

Era un pronóstico real, obtenido mediante observaciones objetivas y diagnósticos superiores, concebido con la valentía de una inteligencia europea y formulado con toda la precisión de un espíritu francés.

 “¡Donald es amigo de Putin!”, chillaba Hillary, que tenía todos sus huevos en la cesta de la guerra fría.