domingo, 18 de enero de 2015

Los caballos del Régimen

Dos bastiones del Régimen, Savater y el joven Marías, son tratantes
 (¿o se dice tratadistas?) de caballos

 
Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    No soy lector de Savater, y por tanto tengo la misma afición a los caballos que aquel sha de Persia que declinó la invitación a un derby con un argumento redondo:

    –¿Para qué? Ya sé que un caballo puede correr más que otro. Me es del todo indiferente cuál.
    
Pero España es hoy un Régimen que no se apea del caballo, de manera que ha de hablarse de los caballos de la Transición como se hablaba de los caballos de la Conquista.
    
Los caballos de la Conquista eran andaluces y se hicieron con América caracoleando ante los caciques autonómicos Caonabó (Ojeda en Santo Domingo), Atahualpa (Hernando Pizarro en Caxamarca) y Moctezuma (Cortés en México sobre el “Romo”, que era castaño).
    
Desde el caballo “Remondo” a la yegua “Caldera”, los caballos de la Transición son alemanes, como el régimen que nos hemos dado (este “Estado de partidos” montado por el jurista Gerhard Leibholz para integrar a las masas descabalgadas en el Presupuesto), y se han hecho con el Estado, que es la América del pobre.

    Del Camino Español, que era el que transitaban camino de Alemania los tercios de Flandes, al Camino Alemán, que es el que transitan camino de España los caballos de Westfalia.
    
La ardilla de los antropólogos que cruzaba España de árbol en árbol podría cruzarla ahora de tonto en tonto, pero la cruza de caballo en caballo.

    El caballo que tira a San Pablo al suelo es el que lleva a Mahoma al cielo.
    
El caballo es, por sí mismo, visibilidad y juego limpio, dice Pemán de los de Jerez.
    
En Pemán leemos la fórmula caballar buena: España, músculos para subir cuestas; Inglaterra, psicosis de velocidad disparada; y Arabia, ojos para abarcar llanuras.

    Mas el primer caballo de la Transición es alemán: se llama “Remondo”, pero lo compra Gallardón y le pone “Madrid” para justificar publicitariamente los cien millones de pesetas del 86 que paga. Al contribuyente se le dice que “Remondo” va a pasear el nombre de Madrid por los Juegos de Atlanta, pero el caballo es tal centella que nadie consigue leer el nombre al verlo pasar, y la gente no sabe si el que pasa es Cayetano Martínez de Irujo con el primer caballo de Gallardón o Fernando Fernán Gómez con “El último caballo” de Neville. Cuando la Comunidad de Madrid lo vende, su nuevo amo le pone “Río Grande”, nombre que no puede competir en glamour (¡ni en dinero!) con “Farceur du Haul” y “Jikael de la Babette”, los caballos de una nueva clase social, los Bonos de España (no confundir con los Bonos de Irlanda).
    
Los periódicos de la época nos dejaron el cuento de un Bono (“el hijo de Pepe, el de la tienda”) ministro de Defensa de Zapatero (el Gamo de Iraq, con sus soldados huyendo entre cacareos de los soldados americanos), que paga “con billetes de quinientos envueltos en papel de periódico” el precio de “Farceur du Haul”, que, por lo visto, no tenía precio.

    Cierra la procesión una yegua de raza Oldenburger y de nombre “Caldera”, como aquel devorador de garbanzos que se ocupaba de las ideas del socialismo bejarano. Fue adquirida en Alemania por la Junta andaluza de Griñán, hijo de un oficial del cuarto militar de Franco y fundador de la revista hípica “Corta Cabeza”. “Caldera” fue facturada como curso de formación de parados y destinada a una reserva de caballos salvajes en Doñana, tal que uno de los uros que los hermanos Lutz y Heinz Heck soltaron por orden de Hermann Goering en el bosque polaco de Białowieża, el mayor coto de caza del mundo, o de los que Arsuaga tiene paciendo por la parte de Atapuerca.

    Lo que el Mercedes fue a los toreros, sería el caballo (alemán, por supuesto) a los rastacueros.

    Lejos, ay, de aquella belleza andrógina (con su exageración pomposa de cola y crines) de los caballos de Domecq.