miércoles, 6 de agosto de 2014

Adiós a la Demanda


 Eva

 Edelmiro

Covacha de los moros


Francisco Javier Gómez Izquierdo

    La Sierra de la Demanda es mi fresquera por julio y al llegar agosto siempre me ataca cierta melancolía cuando tengo que cambiarla por las calores cordobesas, tan puntuales y duraderas. En mi pueblo cada año falta más personal y a los hijos de mis quintos no les tira nada el monte, por lo que cada verano mi pueblo parece más un extenso monasterio del que salimos monjes de paisano a recorrer veredas a las que la maleza cualquier día devora definitivamente. Mi pueblo es ya un continuo bosque de robles. Un monte de venados, jabalíes y sobre todo corzos a los que vigilan colonias de buitres desde atalayas majestuosas.

    He pasado tres semanas entre riscos y sendas. En lo alto de peñas misteriosas y buscando cangrejos en arroyuelos que ya me cuesta encontrar. Del cordero de Aranda a la morcilla del pueblo del Cid y del lechazo de mi pueblo -con el que no puede el de Aranda ni sus mesoneros- al chuletón de los vascos.  Comer y andar. Andar y comer. Una manera de ser feliz.
   
El viernes dí el último  paseo. Catorce kilómetros. Siete de ida y otros tantos de vuelta. De Castrillo de la Reina a Moncalvillo de la Sierra. Por camino estrecho entre robles y bajo la atenta mirada de varias docenas de buitres leonados ante los que mi doña se incomoda.

En Moncalvillo nos paramos ante el monumento a Edelmiro Elvira, un valiente que pasó agosto del 2001 en su pueblo y al que a los pocos días asesinaron en las Torres Gemelas de Nueva York. En Castrillo, ante el de Eva Belén Abad, levantado con el cariño de un buen hombre que recuerda emocionado a la primera de la lista de los asesinados hace diez años en Atocha. El padre y los abuelos de Eva son de Castrillo y su tío José es quinto mío.

Mi quinto vive en Madrid, pero ni a él ni a su hermano, el padre de Eva, los he visto nunca en el tele. A mitad de camino entre Castrillo y Moncalvillo hay una pequeña cueva que cubre   enterramientos paleocristianos a la que llamamos Covacha los moros.
  -¿En que pensarían los antiguos para poner ese nombre a la covacha entre los dos pueblos?

No sé si nos conviene este carácter tan nuestro, pero les aseguro que cada vez estoy más orgulloso de haber nacido en mi pueblo.