sábado, 10 de abril de 2010

"FANTASÍA, COMANDANTE, FANTASÍA"

Vittorio de Sica


Yo soy el picaflor

COCINA Y LITERATURA

Ricardo Bada
elespectador.com

No tiene nada de sorprendente que mi amiga Esther Andradi (autora de un libro substancioso, y antropofágicamente titulado Come, este es mi cuerpo) me enviara una vez, desde San José de Costa Rica, la carta de una cafetería llamada La Maga y en la cual se ofrecían sándwiches y dulces cuya nomenclatura ostenta un alto pedigrí literario.

Así, si el cliente encargaba un “Pablo Neruda", tengan ustedes la seguridad de que no le iban a servir un ejemplar de Veinte poemas de amor, sino una gran empanada chilena. Y si lo que pidiera es un “Cervantes", pondrían sobre su mesa un sándwich de pavo ahumado y queso.

Aunque también figuraba en esa carta una ensalada endemoniadamente laberíntica que, como es lógico, esconde sus presuntos vericuetos vegetales tras el egregio apellido Borges, a pesar de no incluir el arroz hervido, alimento preferido del maestro.

Si el cliente fuese de los que prefieren los dulces, solicitaría una “Rosalía de Castro", que es un flan con crema, o una “Simone de Beauvoir", que así se llama allí a la torta de fresa, aunque quizás al final se decidiera más bien por una “Gabriela Mistral", un queque de zanahoria con lustre, o un “George Sand", que son tres leches, y les juro que no se trata de un exabrupto.

Para engullirlo todo con un jugo natural, tendría que pedir un “Verdi", o una gaseosa, y en ese caso encargar un “Haydin" (sic). Luego, la coronación del ágape con un “Tiziano", que es un tinto exprés, o si prefiriese el arte moderno entonces un capuccino, o sea, un “Antoni Tàpies”. O si el cliente optase por el café con leche, ¡oh paradoja!, un “Picasso".

La idea de esta carta artística me pareció digna de imitación, y por lo que se refiere a Colombia, y sin necesidad de echar mano al delicioso Tratado de culinaria para mujeres tristes, de Héctor Abad Faciolince, se me ocurre que un “Álvarez Gardeazábal” auspiciase la pechuga flambeada de cóndor (pero de uno de los que no entierran todos los días) y un “Alba Lucía Ángel” debiera dar nombre al muslo de pájara pinta en salsa verde limón.

¿Y qué mayor homenaje rendir al nadaísmo si al encargar un “Gonzalo Arango", le sirvieran al comensal un pancito ya tajado que al abrirlo por la mitad se lo encontrase vacío? Serviría de contrapunto ideal a aquella inolvidable escena de una película italiana, de la posguerra que padecimos en Europa vencidos y vencedores, y donde a la vista de un pancito semejante, el jefe de los carabineros del pueblo, interpretado por un glorioso Vittorio de Sica, le pregunta al mendigo que se lo muestra: "¿Pero y qué le pone dentro?", a lo cual el mendigo contestaba:

-Fantasía, comandante, fantasía.