miércoles, 28 de febrero de 2018

Estabilidad

Jacques Rueff, alma de la estabilización española

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Los gobiernos de Rajoy son como los domingos ingleses: los periodistas aguardan el milagro de que a un camarero se le caiga la bandeja al suelo y tengan algo que contar. Esa bandeja es Don Guindos, que se va con un buen enchufe al Banco de frau Merkel. Como tampoco Don Guindos es un Juan Antonio Bravo y Díaz Cañedo, Rajoy no tendrá ninguna dificultad para sustituirlo, y ya está.

“Estar” es el ser del marianismo, que en eso Rajoy nos ha salido hamiltoniano: sin estabilidad, ningún gobierno es respetable. Desde el Plan de Estabilización del Opus en el 59, no se veía a los flabelíferos del estatismo tan contentos.
Ocurre con la estabilidad igual que con el queso, hay que tomarlo antes de beber, para que el vino no se suba a la cabeza: la estabilización es previa al desarrollo –dijo Jacques Rueff, ideólogo de la estabilización francesa, a López Rodó, comisario del desarrollo español.
Mientras “nos estamos”, fingimos creer que un día “nos desarrollaremos”, versión pobre de aquel fingir de los ricos los domingos en la iglesia la creencia en que los pobres heredarán un día la tierra. En una palabra, la socialdemocracia, descrita en “El Estado Servil” por Belloc (católico ortodoxo seguido por Hayek, no se vaya nadie a creer…), que escribió su libro para probar la verdad siguiente: “Que nuestra sociedad, con los medios de producción en posesión de unos pocos, hallándose en equilibrio inestable, tiende a estabilizarse mediante la implantación del trabajo obligatorio, legalmente exigible a los desposeídos, para beneficio de los poseedores… Los hombres serán divididos en dos clases: la primera, económica y políticamente libre, en posesión, ratificada y garantizada, de los medios de producción; la segunda, sin libertad económica ni política, pero a la cual, por su misma falta de libertad, se le asegurará la satisfacción de ciertas necesidades vitales y un nivel mínimo de bienestar…”

Qué signifique “estar-en” el mundo, sólo Heidegger lo sabe.