jueves, 1 de marzo de 2012

50 años sin Camba. El secreto de Julio Camba es un secreto, 2


Almudena Revilla Guijarro

Pero el reconocimiento del talento de Julio Camba como periodista vino poco después de la mano de sus crónicas como corresponsal. El acierto de convertir a Camba en enviado especial fue de Leopoldo Romeo, director de La Correspondencia de España. Constantinopla fue su destino y el cambio de régimen en Turquía, el centro de sus crónicas, aunque también complacía a sus lectores con detalles de la vida cotidiana que las agencias habían ignorado. El periodista escribió sobre la convocatoria de unas elecciones limpias en ese país con las que pretendían la formación de un Gobierno representativo: “Los turcos, los griegos, los armenios, todos votan lealmente, y ni siquiera los judíos venden su voto. Turquía no se ha emancipado pero comienza a emanciparse. España puede mirarla con envidia”.

Este sentimiento de una España sin pulso reflejaba no sólo el pensamiento de Camba, sino el de su generación. Durante aquellos años, la realidad pública española sólo parecía darles impresiones ingratas. Como dijo Ortega: “Cuanto más patriotas éramos, mayor enojo sentíamos...” Estas opiniones se fueron agudizando en sus posteriores corresponsalías en Francia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Italia... pero fue la Primera Guerra Mundial el detonante de sus artículos más críticos de esa época. Camba, aliadófilo, consideraba que España se había dejado llevar por unos políticos acostumbrados a cometer dislates y que nunca proporcionaron al país beneficio alguno, y cuando tuvieron la oportunidad de reaccionar, ante la política internacional, optaron por la neutralidad: “Esa neutralidad perezosa de no querer complicarse la vida y de no querer mezclarse en los destinos de Europa”.

Después de la Gran Guerra, el periodista contempló y narró otros pequeños “conflictos”. Camba buscaba en el alma de las ciudades que visitaba (París, Londres, Nueva York, San Sebastián...), de sus gentes, lo auténtico, y se colaba en las geografías interiores y literarias de los países, las únicas que merecen ser contadas. Para los lectores se convirtió en ciudadano del mundo, aunque él siempre lo tuvo muy claro: “Soy de Villanueva de Arosa”, y esto, sin duda, imprime carácter.

Julio Camba acostumbró a su público a la autorreflexión irónica; a veces desde una mirada tierna, accesible a aquellos que conservaban aún la capacidad de asombro, otras desde el humor más ácido, que provocaba su aspecto más agresivo. Haciendo de República es producto de esa acidez. El periodista supo adentrarse en los problemas sociales y políticos de su tiempo, y exponerlos con imaginación y rigor. España estrenaba nuevo régimen y el gallego se mostraba más escéptico que nunca ante las ideologías, los partidos y todo aquello que delimitaba el sentir del individuo, aunque ¿podría la República obrar el milagro?

Desde Estados Unidos el autor escribe para ABC su primer artículo sobre el cambio de régimen, Diplomacia y literatura. En él ya deja ver su decepción ante el nombramiento de los nuevos embajadores. Nada había cambiado: el criterio de la República era nombrar a los de siempre. La esperanza, entonces, se diluye. El desencanto hizo que el periodista desde sus escritos desenmascarara la realidad que se escondía bajo la idea de revolución: una realidad de servilismo ante la que no deseaba ser cómplice. Este motivo propició que Julio Camba fuera víctima de la censura del gobierno republicano y muchos de sus textos no se publicaron en prensa, ya que los periódicos españoles no querían tener conflictos con la Administración.
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Prólogo de Haciendo de República
Ediciones Luca de Tena, 2006