viernes, 21 de junio de 2024

Abstenerse ¿para qué?



Masaccio


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


La abstención española en las europeas, aunque algo lejos del glorioso ochenta por ciento croata, superó el cincuenta por ciento, cerca ya de las honorables cotas de nuestra gloriosa Restauración, cuando la España oficial consistía, según Ortega, en “una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación”. Medio país viviendo del otro medio.


Estos datos colmarían mi orgullo de abstencionario si no supiera que el español se abstiene, en general, por pereza, no por dignidad. ¿Votar en blanco o abstenerse? Al decir de mi ensayista, entre estos dos derechos existe la misma distancia espiritual que separa el agnosticismo del puro ateísmo: “Perplejo, paralizado ante la duda metafísica, el agnóstico admite la posibilidad de la existencia de Dios. El ateo la niega porque piensa que es ilegítimo pedir que se pruebe la no existencia de Dios”.


La abstención (no el voto en blanco, cuya única utilidad es culminar el fraude electoral de rellenarlo antes del recuento) “es la bicha de todos los partidos” en este paraíso de Adán Alvise y Eva Ayuso, los Pimpinela del Régimen, del cual sólo serán expulsados como en la pintura de Masaccio cuando la masa descubra la única dimensión política que a la Duras, en conversación con Ullán, le parecía seria seria: “¡La indiferencia!”


Con una “indiferencia” del cincuenta por ciento, puede decirse que vivimos en un Régimen muerto, si nos atenemos a la teoría del hombre que lo ideó, Leibholz, que elimina la representación política para, en su lugar, imponer la integración de las masas en el Estado, un motor de dos tiempos que son dos consensos: el normativo, dominado por el cinismo, y el expeditivo, dominado por la hipocresía.


Por el consenso normativo, los partidos transfieren al partido en el gobierno “el derecho de no oponerse” a su acción legislativa. Y por el consenso expeditivo, la oposición comunica al gobierno su intención de no trabar los decretos que no merezcan su conformidad pública.


Es lo que la gente llama “estar en el ajo” todos, lo que aprovechan los listos para equiparar la abstención anglosajona, con partidos de representación, y la nuestra, con partidos de integración, ya que, en resumidas cuentas, la doctrina de Leibholz se limita a dar rienda suelta al ideal fascista de la integración de las masas en el Estado mediante partidos políticos constituidos en órganos estatales que viven del Estado. Visto así, si la participación cae por debajo del cincuenta por ciento del censo electoral, el potencial integrador de los partidos se desvanece: entonces los partidos dejan de ser, no legítimos, cualidad que nunca tuvieron, sino necesarios al Estado, “y devienen enemigos mortales de la Sociedad”. Por eso nos llevan de la oreja a la guerra.


El puño que sostiene la cadena que apresa al cuerpo social es el de Pluto. Pluto y su pandilla.


[Viernes,  14 de Junio]