sábado, 11 de mayo de 2024

Cortijillos para Morante, que vino al "marketín"; Urdiales, en plan semidiós de Logroño; y el becario García Pulido. Márquez & Moore

 

Primer Guernica de la Feria

Dicen que se le veía sonreír al toro


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Un año más, la vieja piel para la vieja ceremonia, ahí nos vamos por la calle de Alcalá a Las Ventas, a principiar la enésima Feria de San Isidro de nuestros pecados, a ver si suena la flauta ésa que cada vez resulta más difícil que suene. Veintisiete tardes nos esperan por delante, veintisiete tardes descarnadas que pasaremos en la piedra, ya casi una antesala del sepulcro, a la caza de un fulgor, de cualquier emoción, venga de donde venga, a sabiendas de que cada vez es más difícil hallar lo que se busca, y por eso es que tanto envidiamos a los jóvenes, a los que nada saben, pues ellos tienen toda su vida de afición por escribir y todas sus emociones por venir. La «minoría social» de la que hablaba el otro día el inconsistente Ministro de Cultura (léase Propaganda), se manifestó en masa hoy en Las Ventas, previo paso por taquilla, para contradecir la «boutade» del Ministro, llenando los tendidos, las gradas, las andanadas y los burladeros del callejón de un público deseoso de contemplar tranquilamente un espectáculo legal, abierto y plural sin cortapisas de ningún tipo de las que pretenden traer de la mano esa nueva heria de meapilas venidos a más por causa de la aritmética parlamentaria.

 

Para esta primera en la frente se estimó conveniente por parte la empresa Plaza1 contratar los toros que crían los Hermanos Lozano en sus predios ganaderos de Urda (Toledo) y que lidian con el nombre de El Cortijillo. Los señores Lozano enviaron a Madrid una especie de redada animal con toros nacidos en los años 18, 19 y 20, que ya decían los antiguos que «el toro de cinco y el torero de veinticinco», y ahora la cosa es que el toro de cuatro, de cinco o de seis y el torero de veintiséis años de alternativa, como Diego Urdiales, o de veintisiete como Morante de la Puebla, que eran los que vinieron a echar la tarde con los Cortijillo junto al toledano Guillermo García Pulido, tres meses de alternativa, al que se trajeron para que fuera por delante con la cosa de la confirmación de la alternativa, y que no le tocase a Morante romper Plaza, que es cometido poco gozoso para los toreros veteranos, como es bien sabido.

 

Del ganado, por no aburrir, diremos que en líneas generales obvió el tercio de varas, a base de huidas despavoridas (el primero), ingenuo manseo (el segundo), mezcla de mansedumbre y huida (el tercero), otra de lo mismo (el cuarto), otro que no quiere desmerecer de su progenie (el quinto) y otro que, a falta de un cencerro colgado del pescuezo, hace ruido con el estribo (el sexto), y aunque Aurelio Cruz se pegó un talegazo con el suelo al caerse del caballo, ese mérito no debe anotarse en el haber del segundo. Con esos mansos mimbres de tan poco fuste en la cosa donde se mide la supuesta bravura de los toros ya se puede imaginar cualquiera que ninguno de los seis astados estaba como para ponerle a padrear, porque mansearon todos por igual sin echar cuenta de sus respectivas edades biológicas o sus reatas. Se ve que lo del tercio de varas no debe estar contemplado entre los primeros intereses de los señores Lozano. Luego, en la cosa de las banderillas tampoco es que la cosa fuera para echar cohetes al aire, aunque hubo alguno como el cuarto, Tamborilero, número 75, que metió la cabeza en el capote que tan magistralmente maneja Curro Javier, sin que el segundo tercio de los Cortijillo consiguiera abrir un huequecito en el endurecido corazón de la afición. Podemos decir que para la cosa de la muleta los toros más útiles fueron los tres primeros: Afectuoso, número 61, Rompe-Olas, número 173 y Amoroso, número 160.

 

De azul cielo y plata se presentó García Pulido a dar fin del toro de su confirmación, que comenzó a pedirle los papeles tras las series del inicio y a demandar una claridad de ideas que el toledano no tuvo o no supo poner en marcha. El animal tenía su guasa y había que bajarle la mano, cosa que el neófito no hizo, y fue cediendo la posición al toro, que no dudó en ir tomándola. A medida que se desarrollaba la faena el torero fue guareciéndose en los terrenos de afuera y dejando el campo franco para Afectuoso, al que se fue quitando de encima a base de pases por alto. Quiso no pasar inadvertido y lo trató a base de las ya canónicas bernardas, las primeras de la Feria en el primer toro de la primera corrida, ¿cuántas nos quedarán por ver, Dios mío?, y después cobró una estocada baja. En su segundo, que era un efímero buey, apenas pudo poner nada útil en marcha. Alargó su trasteo a la búsqueda de alguna gota de agua en aquel pozo seco y cuando se desengañó lo mandó al desolladero con un pinchazo y una estocada baja. El bicho tampoco se merecía más.

 

Morante es el torero que a tantos hace soñar. Se vino vestido con una chaquetilla que era una jaula de Faraday de bordado en oro, de la que esperamos ansiosamente que alguien nos confirme si es réplica de la que vestía Gallito en Valencia la tarde de los Pablo Romero en julio de 1915, y lució un capote de vueltas verde manzana. El ruedo estaba alisado como una era, con arreglo a sus gustos, y prácticamente hasta ahí llega lo que se puede contar de su actuación, en la que destacan un par de naturales de trazo fácil y ligero, muy hermosos, sin pisar el sitio donde el toreo se hace grande de verdad. Ni se fio del toro, que no se comía a nadie, ni quiso hacer el esfuerzo de meterse con él, probablemente porque no le dio la gana o porque quiera acrecentar su leyenda de toreo sin triunfos en Madrid. El animal se había movido en banderillas, mostrando sus condiciones, pero el de La Puebla del Río no consideró aceptables esas condiciones para desarrollar su genio. Con el acero, de pena: dos avisos. La cosa es que él quiere que le echen cuentas como un Gallito redivivo y muchos le vemos cada vez más próximo al simpático Enrique Vargas «Minuto» que al Coloso de Gelves, que siempre tuvo muy bien asentada su cabeza y muy claras ideas. En su segundo algo vio Morante en el toro, porque salió directamente con el estoque de verdad, le recetó un hermoso y compuesto saludo por bajo, canónico y armonioso, rematado por una trincherilla sutil y mandona. En ese momento el toro decidió que su compromiso embestidor había quedado cumplido y que no deseaba moverse ya más, por lo que el torero a partir de ahí puso su empeño en enviarle de cualquier manera a que los destazadores le transformasen en dos medias canales. Hubo ciertos silbos, pero que ya sabemos que le van bien al marketín (sic).

 

Y Urdiales, que para no ser menos que los otros, sorteó el bueno (el más o menos bueno) y el malo. Comenzó su faena a Amoroso con dos series compuestas sobre la derecha, que a la postre serían lo mejor de su actuación, sobre todo la primera de ellas, más auténtica y de mejor colocación, pero la cosa dejó de funcionar cuando se cambió la franela a la zurda, donde no consiguió que la propuesta cobrase vuelo. Y cuando volvió a la derecha, el pescado estaba ya vendido. Urdiales es torero harto conocido en esta Plaza y, sinceramente, nos gustaba más cuando era solamente un torero y no le habían convertido en el Semidiós de Logroño, Faraón del Cidacos. Tiene la moneda, como ha demostrado en Las Ventas, y quedamos a la espera de verle. De verle en el futuro, en otra corrida, porque en su segundo, una prenda que atendía por Chalino, número 15, abrevió con buen criterio tras percatarse de las infames condiciones del toro.

 



 ANDREW MOORE

 








 

FIN