Gaviota peralesca al calor de la chimenea
Lastres
Jorge Bustos
Querido, querido Perales. Es muy difícil explicar a las
nuevas generaciones la importancia de tus canciones para la fluidez
emotiva de España durante los últimos 40 años. Yo no he ingresado aún en
la treintena pero me siento como un viejo agradecido a la vida cuando
me pongo tus melodías otoñales sobre las rodillas como una manta de
cuadros. Eres mi Edith Piaf y mucho más que eso. Combustible cordial, diurno tambor de son opaco que diría Neruda,
yo me caliento al arrullo seguramente anacrónico –y qué– de tu
romanticismo transparente, rural, delibiano, que desgrana historias de
amor como Dios suele mandarlas: fieles, traicionadas o raramente
euforizantes. Mil homilías episcopales sobre la doctrina conyugal de la
Iglesia no igualan el anhelo de atarse que enciende Canción de otoño, Por amor o Te quiero, así, sin anestesia: en dos palabras. Uno las oye en una mala tarde de vulnerabilidad y termina murmurando con Alcántara que ya va siendo hora de echarse novia formal. Hasta puede que se te acabe metiendo algo en el ojo.
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