viernes, 17 de agosto de 2012

José Luis Perales

Gaviota peralesca al calor de la chimenea
Lastres
 
 Jorge Bustos

Querido, querido Perales. Es muy difícil explicar a las nuevas generaciones la importancia de tus canciones para la fluidez emotiva de España durante los últimos 40 años. Yo no he ingresado aún en la treintena pero me siento como un viejo agradecido a la vida cuando me pongo tus melodías otoñales sobre las rodillas como una manta de cuadros. Eres mi Edith Piaf y mucho más que eso. Combustible cordial, diurno tambor de son opaco que diría Neruda, yo me caliento al arrullo seguramente anacrónico –y qué– de tu romanticismo transparente, rural, delibiano, que desgrana historias de amor como Dios suele mandarlas: fieles, traicionadas o raramente euforizantes. Mil homilías episcopales sobre la doctrina conyugal de la Iglesia no igualan el anhelo de atarse que enciende Canción de otoño, Por amor o Te quiero, así, sin anestesia: en dos palabras. Uno las oye en una mala tarde de vulnerabilidad y termina murmurando con Alcántara que ya va siendo hora de echarse novia formal. Hasta puede que se te acabe metiendo algo en el ojo.

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