Francisco Javier Gómez Izquierdo
De vuelta a Córdoba, tras unos días en "el sol y el frío de la infancia", me veo empujado a reflejar. con cierto pesar, una novedad que cabezas poco reflexivas han puesto en práctica en el edificio burgalés por el que servidor tiene mayor inclinación.Creo que tengo puesto en Salmonetes... que siempre que voy a Burgos me acerco a la Cartuja de Miraflores a saludar a San Bruno. Con los años, la costumbre se ha hecho obsesiva y suelo subir al día siguiente de llegar, sin perjuicio de hacerlo luego más veces.
A veces cuento, incluso en Gamonal, que desde la terraza de nuestra casa de la calle Vitoria veíamos el monasterio como llevado en andas por los pinos de Fuentes Blancas, y los que aún no han llegado a los 60 se les hace inimaginable cuando pasan lista de los bloques de a diez o doce pisos que se han levantado desde lo que eran los chalets de aviación hasta Capiscol. A finales de los 60 y principios de los 70, Fuentes Blancas -un lujo a lo discreto que nada tiene que envidiar a la mayoría de los parques que salen en las películas- era nuestro campo de fútbol, nuestro merendero y la Fuente del Prior, nuestra playa. Primero con los padres y luego con la cuadrilla, después de coger agua en la fuente de la Salud siempre había un ratito para subir a la Cartuja donde oíamos explicar a un guía con barbas que San Hugo de Grenoble -¿Qué se hizo de aquel cuadro en el atrio?- debería ser nombrado patrón de los futbolistas. Con el tiempo y el paisanaje cogimos confianza con San Juan el Evangelista y María Magdalena, patronos de los solitarios,con el Espíritu Santo que, en vez de paloma, tenía cara y cuerpo de persona. Nos movíamos de derecha a izquierda ante San Bruno, que no nos quitaba la vista de encima. Cada año elevábamos el valor de la majestuosa tumba de Juan II e Isabel de Portugal y en el monumento funerario del joven Alfonso, hermano de Isabel la Católica, creímos descubrir a Gil de Siloé con lentes y abrazado a una escuadra, como diciéndonos "fijaos bien en lo que os he puesto ante vuestros ojos".
Vaya... me estoy enredando como de costumbre y lo que quiero decir es que por primera vez, no sé desde cuándo, pero en julio aún era gratis, este noviembre hay que pagar por entrar a la Cartuja. Cinco euros. Conste que no me parece mal que el viajero y sobre todo el turista avasallador pague por ver tan extraordinario monumento. Lo que me rechinó fue la mustia y poco acertada explicación del joven de la entrada. Acusaba a los burgaleses de ir mucho y no echar donativo -había una ranura donde cada cual echaba la voluntad- sin darse cuenta de que hay burgaleses que van todas las semanas y que en otras ciudades los empadronados no pagan por ir a rezar a las iglesias de su ciudad. En la Mezquita, enseño el DNI y paso de balde. Me insinuó que los burgaleses creían que habían sido ellos, los porteros, los que habían "chinchado" a la comunidad del monasterio para cobrar por entrar y en fin... le vi muy resentido y obcecado con que era lógico que "los burgaleses pagaran para mantener el patrimonio". Palabras textuales.
Esta mañana he recomendado a dos matrimonios que van a Burgos para el puente de la Inmaculada que tienen obligación de ir a la Cartuja. Otra pareja va con el Imserso y me dicen que sí, que está en la lista de visitas. Al joven de la portería no le dije que la Cartuja era como de mi familia y la visito mínimo cuatro o cinco veces por año, y no; a mí, que vivo en Córdoba, no me molesta que me pidan cinco euros, pero si viviera en Burgos desde hace 66 años que nací sí me molestaría..¡y mucho!.

