Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La derecha quiere que en la capital se hable el inglés de la Commonwealth como si fuera el cheli del Rey del Pollo Frito, y en eso consiste el bilingüismo madrileño. “A cada niño, un ordenador”, es el sueño de Zapatero. “A cada niño, una niña bilingüe en inglés”, es el sueño de Rajoy. ¿Por qué el inglés y no el bable, que parece más nuestro? Cosas del “atrezzo”. La gorrilla de los muelles del Támesis traída a España por los costaleros de Wellington se la apropiaron los chulos de las zarzuelas que mojaban pan en el vermú para encarnar el carácter madrileño. Pero al carácter madrileño le faltaba hablar inglés, y ése es el reto que se ha impuesto la consejera Figar. Hombre, tampoco se trata de la conquista de Méjico. El inglés básico elaborado en 1930 por el profesor Charles Kay Ogden, célebre autor de “El significado del significado”, consiste en un vocabulario de ochocientas cincuenta palabras chapoteando en el lodo primordial del lenguaje sin más restricciones que una gramática reducida a cinco reglas. El propio Julio Camba hubo de reconocer en su día la gran ventaja del inglés básico respecto del esperanto o del volapuk, si bien es verdad que al enterarse de los elogios que un orador y escritor de léxico tan rico como Churchill le prodigaba a la creación del profesor Ogden tuvo una sensación semejante a la que le hubiera producido un dandy del siglo dieciocho preconizando el uso de la blusa y la alpargata. Y es que, en último término, el inglés básico que promueven el profesor Ogden y la consejera Figar es algo así como si dijéramos el inglés del pobre. Tema de conversación que propongo a los tontos y tontas del haba (“Manolo Cabeza Bolo: “Si a los punkis un día ves pasar, / no te enamores, tonta del haba...”): ¿Es que hay derecho a que el Madrid se gaste cien millones en Ronaldo mientras los niños madrileños van por la calle hablando un inglés que no podrá servir nunca para mucho más que para pedir unas cervezas?
