jueves, 23 de octubre de 2025

Ecce España


Sabino Arana


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Aquí yace media España: murió de la otra media. En la escuela solía celebrarse esa ocurrencia de Larra. Y ahora Ibarreche quiere saber cómo vamos a arreglar el asunto de España. “¿A tortas?” En la radio del patio suena el “Letsbi lesbi” de Begoña: “Let’s be hippies tonight, let’s be lesbies tonight.” Madrid huele a porro y a lombarda. El olor, dicen los poetas, es como la generosidad de las cosas impacientes de entregarse. “Esta noche seamos hippies, esta noche seamos ‘lesbis’.” De su piel –esto no lo dice Begoña, sino Marcial– se exhalan los vapores del azafrán que una mano caliente ha estrujado... En fin, tortas.


Pero, en boca de Ibarreche, “tortas” debe de ser la forma laica de decir “hostias”, y echárselas de laico, hoy, sólo son ganas de echárselas de anticatólico. Sin embargo, Arana, que aconsejaba a los suyos la inhibición ante las deprecaciones de un castellano en peligro de ahogarse, proclamó el catolicismo para su pueblo porque su carácter político y civil era esencialmente católico: “Sin Dios, no queremos nada.”


Mas para desespañolizar hay que descatolizar. Por eso al anarquismo de Camba le parecía natural que la revolución mexicana persiguiera de un modo implacable al catolicismo; lo que no se explicaba era que nuestra revolución fuera a la zaga de la mejicana, porque los mejicanos podían hacer una revolución antiespañola, pero los españoles no. Él veía que el carácter y el genio de España se habían forjado en una afirmación constante del catolicismo, y que si fuera posible darle un efecto retroactivo a nuestra legislación laica todo perdería su sentido, desde nuestra literatura hasta nuestra cocina, que es una cocina de cristianos viejos llena de cosas prohibidas al infiel.


La comida, ay, estimula el ingenio. Si un puñado de bellotas en la mano bastó a don Quijote para iniciar el discurso de la Edad Dorada, una barra llena de “pintxos” ha bastado a Ibarreche para establecer un “hecho diferencial”, y sobre eso, un Plan de Secesión con más voz que carne, como decía Lope de los ruiseñores, pero cuya música agrada a Josu Ternera, el rústico de la siringa de Pan, y a De Juana Chaos, el matarife que goza con las caras desencajadas de los familiares de los muertos en los funerales: “Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas –anotó tras el asesinato en Sevilla del matrimonio Becerril–. Acabaremos a carcajada limpia.”


¿La risa humana es una caída, tenemos los hombres un agujero en el alma? La risa, explica Octavio Paz, es el más allá de la filosofía: el mundo empezó con una carcajada y termina con otra. La conciencia cristiana expulsa a la risa del paraíso y la transforma en atributo satánico; confiscada hoy por la ciencia, la risa es histeria, desarreglo psíquico, anomalía. “¿Quién reirá hasta morir?”, se pregunta Bataille. “Más España”, pide el hijo de Pepe, el de la tienda, cuando viene de borrar en los cuarteles el lema “A España servir hasta morir”. “España balcánica”, titula el editorialista del “Wall Street Journal”.


Afuera tienen la impresión de que en España el terrorismo funciona. Una bomba en Madrid puso en fuga a la infantería española en Iraq, cobardía, por cierto, que no se esperaba Bush de un país que tenía acreditado su valor con “esa cosa de los toros”. Y cuarenta años de hacha y serpiente han traído la “democracia popular” a las puertas del Congreso. Los progres creen, tan contentos, que bailarle el agua a Ternera es ganarle la guerra a Franco. Los leones de las Cortes son corderos asimilados.


Ante la complejidad del desafío, la sencillez de Rodríguez. La sencillez, decía el “Séneca”, es la solución con trampa que hemos encontrado los hombres para las charadas que no sabemos solucionar.