Ignacio Ruiz Quintano
Abc
No hay noticias de la desaparición de ninguno de los trece caballeros olímpicos en cualquier agujero de la capital. Y si tal desgracia hubiera ocurrido, ¿qué imagen hubiera dado Madrid al mundo? Porque el Madrid de Gallardón, como todo el mundo sabe, se divide en dos clases de agujeros: baches y zanjas. Si hacemos caso del Séneca, infinitamente más sabio e ingenioso que Mairena, los baches son el atraso y las zanjas son el progreso, la “mejora urbana”. Claro, que, mientras los agujeros están abiertos, lo mismo puede uno partirse las narices en una zanja que en un bache. Pasa así en todas las cosas del mundo. Todo lo que se hace, dice el Séneca, dicen que se hace para “mejorar”, aunque todo es a costa de empeorar, primero, durante mucho tiempo. “Todo el mundo está levantado para que nos metan en una alcantarilla de progreso... Ahora, que el que se cae y se mata puede consolarse pensando que no fue en un bache, sino en una zanja donde metió el pie.” El Séneca no estaba contra el progreso, sino contra los atropellos. Atropello, para el Séneca, era que las “alegrías” del Tuerto de Cádiz impresionadas en un disco salieran por la radio sin pedirlo ni quererlo uno, en una esquina, a las seis de la tarde. Porque parece que está todo en regla, razonaba el Séneca, pero falta la libertad. “Las cosas se dividen en dos clases nada más: cosas que se piden y cosas que se aguantan. Las que se aguantan son las que hay que aceptar cuando ellas quieren venir, como los resfriados o los recibos de la contribución. Las que se piden son las cosas del cante o de la alegría y el lujo, cuya salsa es la libertad. Yo oí al Tuerto de Cádiz, en una feria de San Miguel, en una juerguecita que organizó el señor marqués. Hacia las dos de la noche, cuando estaba en su nivel el vino, y las aceitunas, y el jamón, fue cuando el marqués dijo: ‘Canta por alegrías, Tuerto.’ Entonces sonaron como debe ser; no ahora, en esta esquina, como un atraco... El vino y el cante tienen sus horas y hay que pedirlos. Yo no admito que un señor me imponga a mí unas ‘alegrías’ cuando él quiera.” Pues ya lo sabe Gallardón.
