sábado, 6 de septiembre de 2025

La huella del fuego

 
 
Obras de restauración
Por fuera y por dentro 
   

Francisco Javier Gómez Izquierdo


     
      De vuelta en Córdoba recupero los mañaneros paseos urbanitas y ¡cómo no! me acerco a la mezquita que como ustedes saben fue atacada por un fuego del que no se sabe si vino cabalgando sobre la electricidad, la batería de un vehículo de limpieza ó vaya usted a saber con qué demoníaco disfraz. El caso es que hace casi un mes hubo un fuego que a todos nos llegó por el móvil y a servidor desde los de muchos amigos que se acordaron de uno por sospechar un sincero pesar. Varias capillas del ala izquierda de la mezquita de la ampliación de Almanzor, pegadas al muro de la calle Magistral González están tapadas para impedir el mirar del turista y el dolor cordobita. Afectadas al parecer son sólo tres de estas capillas. Me he acercado al sector vedado donde había algún cordobés con el mismo interés que servidor y es que una de las cosas a tener a cuenta es que todos los avecindados en Córdoba, DNI mediante, tenemos abiertas las puertas de la Mezquita Catedral y pasamos de balde, sin pagar y sin cita previa; a cualquier hora y cualquier día. Esta circunstancia hace, a mi parecer, que el cordobés sienta la Mezquita como propia y camine orgulloso al acompañar a los amigos y familiares que le visitan: "No se te ocurra sacarme entrada que los cordobeses no pagamos". Doña Carmen Calvo, la de Cabra, no ceja en su empeño de quitar la mezquita a los curas y cobrar a los cordobeses cada vez que quieran entrar en ella como hace la Junta con los granadinos en la Alhambra. Sobre las once y a requerimiento de la próstata me he acercado a los servicios, justo al lado de la urna de Don Luis de Góngora y Argote, donde tres señores y una señora esperaban. Quedamos sorprendidos porque del habitáculo designado al sexo femenino sale un joven barbado que lleva encajado una especie de minishort y un móvil de tres cuartas. Con toda la razón del mundo la señora le recrimina la... pongamos usurpación. Soberbio, altivo, estirándose como chopo de la ribera, contesta el piloso sujeto que se siente mujer y que además "tenía tantas ganas que no me podía aguantar". Disculpable y puede que entendible es lo último. Sinvergonzonería desmedida nos ha parecido a toda "la cola" la primea excusa, pero con los nuevos tiempos, lo sensato no se contempla y a lo extravagante lo hacen ley. Al pasar a mi lado no lo he podido remediar : "Usted lo que es, es un jeta de mucho cuidado".  El tío, bueno, la tía, se ha ido hacia el mihrab con sonrisa vencedora.


    Pongo las fotos de lo que se puede ver por dentro y por fuera, dando la sensación de que el mal es reparable.