martes, 23 de septiembre de 2025

La ceguera perceptiva

 Horacio Kitchener

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc



    Melville, que había publicado “Moby Dick” en el bicentenario de “Leviatán”, en 1855 publica “Benito Cereno”, capitán español de un transporte de esclavos de Valparaíso a Callao. Los esclavos, arengados por Babo, se amotinan y ponen rumbo a Senegal. Se cruzan con un barco americano al mando del capitán Delano, que aborda al galeón español. Babo ordena a Cereno fingir que sigue al mando, y el capitán obedece, pero en su actuación mezcla frases enigmáticas y gestos extraños, que entienden todos los presentes menos Delano, y al español sólo le queda arrojarse al agua.

 
    -En 1938, “Benito Cereno” se elevó en Alemania a símbolo de la situación de la inteligencia en un sistema de masas -anota Carl Schmitt.


    La clave del relato es la ceguera perceptiva de Delano, causa de tantas catástrofes, como la que nos recuerda Douglas Macgregor, militar estadounidense de la rama ilustrada, sobre la entrada de Inglaterra en la primera guerra mundial, decisión tomada por una venada belicista de Winston Churchill, ídolo liberalio, que convenció al gabinete de que la guerra la ventilaría la flota británica en una tarde de batalla en el mar del Norte. ¿Qué sentido tenía decidir una guerra contra Alemania, Austria y Hungría mediante una batalla en el mar del Norte? El planteamiento era tan ridículo como los que ahora propone Garat, marinero de agua dulce, para enviar desgraciados a cazar osos en Rusia, pero, fiada de la genialidad churchilliana, Londres declaró la guerra a Berlín. Cuando se olieron la carnicería, recurrieron a un liderazgo profesional, y Asquith, primer ministro, tiró de Horacio Kitchener, gobernador de Egipto, para hacerse cargo de la cartera de Guerra. Queriendo parecer interesantes, aquellos idiotas reunidos pidieron a Kitchener un informe de la situación, y lo tuvieron: la guerra no duraría una tarde en el mar del Norte, sino un mínimo de tres años en el continente y requeriría de al menos dos millones de hombres (disponían de ciento cincuenta mil) y el apoyo financiero de todo el imperio británico. Los belicistas de bombín sólo disponían de la “boutade” de Churchill para derrotar a un enemigo, Alemania, que no lo era, y Kitchener hubo de acometer una campaña de reclutamiento para el matadero con la garantía de su imagen: “Britons wants you” (“Británicos, [Kitchener] os necesita”), modelo a partir del 17 del “I want you” del Tío Sam en América.


    Ningún pueblo europeo quiere hoy la guerra, pero todos sus gobiernos (clamorosamente más incompetentes que el inglés del 14) la anhelan como perros de caza, metáfora exacta de la representación en las “democracias liberales”, donde de Churchill hace Kaja Kallas. La esperanza es Trump, que un día parece Delano, y al otro, Cereno.


    -Zelenski siempre está pidiendo misiles. Oye, cuando empiezas una guerra, tienes que saber que puedes ganarla. No empiezas una guerra contra alguien veinte veces más grande que tú y luego esperas que te den misiles.

 

[Martes, 16 de Septiembre]