JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Cuando llegamos a la Plaza, entremedias de las obras vemos que, protegidos por la Policía, hay dispuesto un grupo de unos 50 perroflautas clamando contra la Tauromaquia y llamando “incultos” a los que buenamente vamos a echar la tarde a Las Ventas. A esos ciudadanos se les hará muy culto el hecho de desgañitarse contra pacíficos lugareños que acuden pacíficamente a contemplar su espectáculo favorito, un espectáculo perfectamente legal, y eso nos pone en el brete de intentar pensar qué es lo que esas personas tan ayunas de jabón consideran como «cultura». Seguro que no han oído hablar de don Antonio Urquijo de Federico, que dio a la imprenta en 1956 su «Catálogo de la Biblioteca Taurina», que tengo aquí delante y que reseña 3.016 volúmenes que principian con A.E. y J. «Críticos taurinos. Biografías de los principales revisteros de Madrid», 1889; y acaba con Zozaya, Antonio «Solares de hidalguía», 1913. Claro que la culpa no la tienen esas tristes marionetas, sino las manos que mueven los hilos de su presencia en la explanada de Las Ventas o los cooperadores necesarios, como un tal don Francisco Martín Aguirre, que se lleva 103.245,86 € al año por ser delegado del Gobierno y autorizar esas tristes kermesses. La cosa es que, según los datos de la Empresa, hoy entramos en la Plaza 17.131 personas que, sin ninguna necesidad, tuvimos que soportar los gritos y la presencia de esos 50 mentecatos, porque al tal Martín, perro fiel del amo que le puso ahí, le salió de las gónadas.
Con una significativa ausencia de los habituales y una masiva afluencia de un público muy joven se inició el paseíllo de Francisco José Espada, Álvaro Lorenzo y Diego García, que venía a confirmar la alternativa que le dio Miguel Ángel Perera en Las Rozas en septiembre de 2023. La parte ganadera estaba compuesta de tres y tres de Baltasar Ibán y de Algarra.
Lo mejor de la tarde en la parte de los toreros vino de la mano de Iván García y de Juan Carlos Rey, ambos en banderillas al cuarto y al sexto, respectivamente. Ahí hubo torería, reunión, gusto y facultades y por eso es que ambos saludaron las más sinceras ovaciones de la tarde.
No se puede decir que la parte ganadera fuese hoy el obstáculo para no llegar al triunfo. Los seis toros dieron sus opciones a los coletudos, sin dobleces y sin ardides, sino más bien la franqueza de sus, por lo general, nobles intenciones. El primero, Espejito, número 50, fue el menos claro del encierro, pues se vino abajo después del paso por los caballos. Fue aplaudido de salida, pese a estar fuera de tipo. El segundo, también de Ibán, llevaba el mítico nombre de Bastonito, número 73. Fue un toro de vibrante embestida, que demandaba la distancia que se le negó. Un toro muy de Madrid para poner en circulación a un torero. El tercero de la tarde era de Algarra, Ricachón, número 24, toro bonito que regaló sus claras embestidas y su ausencia de malicia a su matador. El cuarto, también de Algarra fue el sardo Zamorano, número 7, de nuevo otro toro embestidor y sin dobleces que se fue aburriendo a lo largo de la «faena» como nos aburrimos los espectadores. El tercer Ibán fue Camarito, número 69, que se fue creciendo al ver que enfrente se hallaba la nada taurómaca. El sexto, Pachucho, número 46, otro Algarra de los de dar el campanazo por su embestida clara y sus buenas condiciones. Seis regalos, ninguno la tonta del bote, para que tres muchachos con hambre y con cosas que decir se expresasen. Decía Rafael el Gallo, o a él se atribuye la frase, que “torear es tener un misterio que decir, y decirlo”, pues en Las Ventas, esta tarde, ni misterio, ni secreto, ni enigma, ni arcano, ni interrogante, ni incógnita, ni nada salvo vulgaridad, adocenamiento, truco, trampa, ventaja y chabacanería: lo que vienen a ser los atributos del toreo contemporáneo o neo-toreo.
Espadas lleva de alternativa desde 2015, que ya son una pila de años como para que haya podido ser capaz de desarrollar unas trazas propias, haya hecho germinar unos modos suyos particulares, unas señas de identidad exclusivas que por ninguna parte asoman. En su primero fue un torero y en su segundo fue otro, como si se tratase de un Mortadelo taurino que se cambia el disfraz pero en el que se atisba su falta de compromiso, su descolocación, su interés por hacer que el toro se mueva de acá para allá, como si en eso consistiese el toreo. En ninguno de sus toros dijo nada y en su primero, además, dio un mitin de pésima ejecución de la suerte suprema, quedándose en la cara sin cruzar una y otra vez, recibiendo varios golpes y topetazos.
Álvaro Lorenzo mostró con claridad en ambos toros que maneja con soltura la muleta y que templa mucho y bien la embestida. Eso es ya en sí un triunfo, pero si debe ir acompañado de una colocación adecuada para que el muletazo tenga alma. Le faltó dar el paso adelante en sus dos toros para hacer el toreo bueno. A su primero lo citó desde los medios y allí lo recogió con seguridad. Pronto cambió el terreno cerrando al toro hacia el tercio, dibujó algún natural de buen trazo y optó en seguida por acortar las distancias y darse un arrimón sin venir a cuento, vistas las condiciones del toro. Terminó con unas bernardinas de buena ejecución, sin atropellamientos, que pusieron en su mano la oreja del animal. No debía ser un trofeo de mucha consideración para él, porque en seguida se la lanzó a un chiquillo que correteaba por el tendido 10. En su segundo mantuvo el buen nivel en cuanto al temple, se dobló con el toro en el principio de su labor y ahí se acabó todo porque ya no osó cruzarse con el toro ni una sola vez: apoteosis de la ventaja y del toreo de vaivén, huero y chirle, sin que el Ibán le tropezase la muleta nunca.
Diego García sorteó el toro menos claro del encierro, el de la confirmación, con el que mostró al público los preceptos de la tauromaquia contemporánea, que le sirvieron para que su labor no fuera apenas tenida en cuenta. En su segundo, bien picado por Rafael Agudo, dejó ver ya bien a las claras la parvedad de sus argumentos. El toro merecía bastante mejor trato que el que le dispensó el de San Sebastián de los Reyes.
Iván García
ANDREW MOORE
FIN













