Pepe Campos
A día 28 de octubre de 2024 lo logrado por el Real Madrid en el mundo del fútbol es algo realmente casi insuperable. ¡Quince Copas de Europa!, que se dice pronto. Para apearle de dicha posición y logro tendría que sucederle un equipo que en medio siglo encadenara en Europa, sucesivamente, títulos y títulos. Es decir, lo alcanzado por el Real Madrid a día de hoy se sitúa a un nivel de potestad inaguantable para muchos de sus rivales, los cercanos y los lejanos. De ahí surge su verdadero poderío y, al mismo tiempo, se promueve de manera irremediable entre sus rivales un serio intento de derribarle y de impedir que siga en su senda de victorias y de felicidad. Tanto ha conseguido el Real Madrid que corre el peligro de morir de éxito, y, por otro lado, como réplica le surgen numerosos oponentes que no quieren convivir en la insuficiencia y en el fracaso. No es de ahora, ni mucho menos, pero la forma de neutralizar y debilitar al Real Madrid es jugarle en cada partido, por todos sus adversarios, con la máxima fogosidad, intensidad y excitación. De este modo, hemos visto un comienzo de temporada 2024-2025, tanto en la Liga como en la Champions, «a revienta calderas» según se ha observado en cómo todos los equipos que se le han enfrentado han planteado los choques o contiendas —haya sido el Real Mallorca, el Atlético de Madrid, el Stuttgart o el Borussia Dortmund.
Lo anterior quiere decir que el Real Madrid y sus jugadores no disponen de pausas, ni de tiempos, ni de espacios para una estrategia o una planificación. Después de un encuentro al máximo nivel, le sigue otro, y uno más, de modo continuado y sin solución de continuidad. Este ritmo competitivo sólo se puede aguantar y mantener si sus futbolistas, los titulares —pues no hay posibilidad para sustituciones— juegan a un nivel estratosférico en cada envite, o bien dejan de competir, para caer en zonas de confort, lo cual no puede ocurrir, pues no les conviene, ni se lo van a proponer, ya que no entra dentro del guion. En los dos últimos años, como consecuencia de lo anterior, hemos asistido —con intención de frenarle— a eliminatorias en la Champions de máximo nivel, nada de relajación; siempre Manchester City, Liverpool, Chelsea, Paris Sant-Germain, Bayern Múnich, etc. Otro efecto, como contrapartida, han sido las lesiones de máxima gravedad de muchos de sus jugadores, algo que en la actualidad sigue en vigor porque no hay viabilidad para la calma. Lo comentado entra dentro de lo previsible —incluido el nivel de los rivales en los sorteos últimos de la Champions—. Ahora bien, lo que no forma parte de lo predecible es la desestabilización desde fuera, ya sea la que no se investiga adecuadamente —caso Negreira—, o la que se lleva a cabo a cuenta gotas, cuya plataforma más representativa —en estos instantes— para llevarlo a término es el dichoso y deplorable galardón del Balón de Oro.
El Balón de Oro ya se ha convertido como el premio nobel de literatura, en algo fútil, aunque mantiene implicaciones de reconocimiento mediático en el magín de las masas futboleras. Es un premio que no se sabe por qué se concede. ¿Lo recibe el mejor jugador del mundo? o ¿acaba en manos del que más títulos ha cosechado en un año natural, por formar parte de un club o por haber ejercido una labor colaborativa en dichos logros? No lo sabemos muy bien. La etapa Messi-Cristiano Ronaldo ha hecho saltar por los aires cualquier buen baremo. Han abusado tanto por recibir dicho premio que han terminado por corromperlo. Así, jugadores como Iniesta, Xavi o Kroos no lo han recibido. En el caso de Kross ni siquiera ha estado —nunca— entre los tres primeros puestos. A veces se daba por haber conseguido el jugador la Champions, otra un Mundial, en ocasiones la Eurocopa. Otras por haber metido muchos goles, etc. Andando el tiempo a Lewandowski le desapareció de las manos por la pandemia, y a Rodri, el año pasado, porque se valoró un Mundial a destiempo para que lo recibiera el «ancianito eterno». Ahora le toca el turno del «birle» a Vinicius. La manera de jugar de Vinicius molesta mucho porque regatea y regatea, y esto es «huevear» a los rivales y a los aficionados que quieren ver sólo lo correcto, es decir, que el mundo de lo plácido se imponga a cualquier contingencia o sobresalto. Nos temíamos esto y escribimos sobre ello hace unos días (2 de octubre): véase: vinicius-y-amancio-ante-el-balon-de-oro.
Vinicius es conmoción, es juego, es alegría. No obstante, en un mundo igualitario, no se puede permitir tanto júbilo, jolgorio, gozo, regodeo y alegranza. ¿Cómo se le puede frenar a Vinicius para que no le veamos regatear a los rivales en sus narices y ante las de los aficionados mohines? Sólo a base de patadas —por parte de sus marcadores—, mas frenarle con provocaciones —llamándole cualquier cosa—, haciéndole la vida imposible por reírse de él, así empezó todo y continúa. Ahora, además, al ponerle la golosina del Balón de Oro en las narices —porque se lo merecía, según los criterios de los últimos años— y, de súbito, de manera «trilera» hurtarle el premio. Así, de pronto, sin razones evidentes. ¿Por qué se le hace esto a Vinicius? Este escamoteo no le había sucedido a ningún otro jugador en la historia de este premio. Un galardón que entra en la decadencia porque acumula mucho descrédito. En sus comienzos no tenía los criterios actuales. Se le comenzó dando a Stanley Matthews (1956), luego lo recibió en dos ocasiones Alfredo Di Stéfano (1957 y 1959), a quien para un tercero ya no se le dejó presentarse. Así eran aquellos tiempos y los siguientes. Pues, de ser para el mejor jugador de cada momento, pocos trofeos consiguieron Cruyff, Beckenbauer o Zidane. La cuestión quedó pervertida con Messi y Cristiano Ronaldo, para siempre. Podríamos terminar comentando que lo mejor del Balón de Oro es que nunca lo ganaron ni Pelé, ni Maradona. ¡Y que ayer se lo soplaron a Vinicius! ¡Esperemos que esto no afecte a Vinicius, un siete de bandera!