martes, 29 de octubre de 2024

La conga


Trump y Elon Musk

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Ante el caos ferroviario causado por la gestión de dos ministros “sapiens sapiens” del sanchismo (un valenciano berlanguiano y un pucelano que saltó a la fama por sus gritos al romperse el cuádriceps femoral de visita en unas obras en Parquesol), los pasajeros más jóvenes rompieron a bailar una conga en la madrileña estación de Atocha, cuando lo que los espíritus insurrectos de “X” pedían era barricadas, que es un galicismo, no una castiza voz hispánica, según el fino matiz del autor de El animal ladino, Nicolás R. Rico, que nos anticipó el estado actual de nuestro poder constituyente.


En América, el ladino Curtis Yarvin (“como amante de la ficción, espero que Elon Musk no llegue nunca a Marte”) pone el dedo en la llaga constituyente que separa la realidad y una fantasía que fomenta “la falsa creencia de que el gobierno de Estados Unidos tiene un poder ejecutivo y que cuando elegimos un presidente, estamos eligiendo al jefe ejecutivo del poder ejecutivo”.


El “ejecutivo” se ha convertido en una creación del legislativo. Esto es lo más inconstitucional que existe. Significa que la Constitución describe literalmente una forma diferente de gobierno. El verdadero gobierno que tenemos no tiene nada que ver con la Constitución. Si uno cree en las constituciones, y yo no creo, ¿qué es lo correcto que hay que hacer cuando la constitución ha sido violada?


En España, bailar la conga, y menos mal, porque en nuestro país (volvemos al profesor Rico) el genuino “poder constituyente” ha estado siempre en los campos de batalla y no en las urnas, fenómeno, eso sí, que no es exclusivo de nuestra España. Los textos constitucionales vigentes en Italia y Alemania, “aunque públicamente tramitados a estilo liberal, descansan en decisiones operativas basadas en el poderío militar de las potencias ocupantes de los respectivos territorios”. El presidente alemán acaba de imponer la mayor condecoración del país al tragicómico personaje que les “voló” la economía, mientras pone a sus juristas a buscar una fórmula para ilegalizar al partido político que disputa las esquinas del negocio al partido único (la socialdemocracia) desde el 45, como hiciera Leibholz con los partidos nazi y comunista.


Aquí no vivimos la angustia constitucional de los yanquis porque nuestras constituciones, promulgadas por un acto formal de un poder constituyente, no dejan de ser (¡el animal ladino!) un “provisorium”, siempre en precario, lo cual, añade el profesor, no constituye ninguna novedad histórica, quizá por aquello que decía Quevedo:


Solamente lo fugitivo permanece y dura.


Como el nefasto 78, ese régimen capaz de entregarse a la Eta para mantener a una Yesi. Nada que ver con América, donde, según Yarvin, ni siquiera es posible restaurar la Constitución: “No existe Constitución. Es letra muerta y lo ha sido durante toda nuestra vida. Y hasta que nos demos cuenta de esto, no se puede hacer nada en absoluto”.


Todo está consumado.


[Martes, 22 de Octubre]