Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El socialismo, por decirlo con una ortegada, es seudoalborada: no trae la mañana de mañana, sino la de un arcaico día; es primitivismo.
–Así, todo movimiento que recaiga en la simplicidad de entablar un pugilato con el pasado, en vez de proceder a su “digestión”.
Con el socialismo de Españeta, al decir pasado no decimos siglo XVI español, apologizado por Gecé (en discusión con Luis de Zulueta) como el único momento socialista de la Historia de España: la única época sólidamente “estatal” de nuestro país.
–Un Rey, que era su funcionario mayor. Y el resto, jerarquías funcionales con ausencia de capitalismo. No se trabajaba con plus valía.
El socialismo mugrilla de ahora se queda más corto: no va más allá del 36, y con chuleta, sólo que en vez de quemar iglesias, las convierte, como esa franquicia peronista (Evita como Santa Isabel de Hungría) de Osoro y el padre Ángel en San Antón. Mas el pasado no puede reconstruirse más que en el lenguaje y con los contrastes que impone el presente. En nuestra derecha de corral, esto, sin conocer a Santayana, lo sabe Casado, que emplea a Álvarez de Toledo de tira atrapamoscas para retener votantes despistados de Vox mientras en la grande polvareda se nos pierde mediáticamente don Beltrane, que es Junqueras (y que es de lo que se trata), porque en el gran pastelazo de España estamos todos.
–¿No nos pasa a nosotros algo de esto? –pregunta el Ortega de los pobres.
Nos creíamos, dice, rentistas de un pasado magnífico, pero al apretarnos el porvenir un poco miramos atrás buscando las armas, y al tomarlas, hallamos que son de caña, “atrezzo” teatral, y nos sentimos desheredados, sin tradición, indigentes, como recién llegados a la vida, sin predecesores, pastoreados como cabestros por Floritos (y Floritas) incapaces de comprender que cuando la libertad deriva de la legalidad no es libertad.
La ley no hace la libertad. La libertad hace la ley. Y esto no son los “tiquismiquis” del Arévalo que hace de ministro de Justicia.