[Segunda edición]
Crónica de José Ramón Márquez
Por el comportamiento típico de nuestros toros y nuestro encaste,
se necesita toreros con mucho oficio y experiencia.
Nicolás Fraile
José Ramón Márquez
A
las cinco de la tarde, la hora que cantó el poeta, partieron el alguacil y la
alguacila en procesión de despeje de Plaza en este hermoso Día del Pilar, este Día de la Hispanidad, este Día de la Fiesta Nacional para el que no tuvieron
otra ocurrencia que ir a comprar una corrida de Valdefresno, otra nueva taza de
ricino lisarnasio que nos meten para el cuerpo quieras que no. Esto sólo puede
tener dos explicaciones: o bien que la baratura y las facilidades de pago que
ofrezca la razón social Ganadería Valdefresno S.L. sean tan beneficiosas que la
empresa Plaza 1 no haya podido negarse al envite o bien que, imbuidos de un
ardor patriótico encomiable y de un óptimo sentido de la oportunidad, los
programadores hayan querido elegir para este señalado día una ganadería que
ostenta en su divisa los hermosos colores de la enseña nacional. Vista la
trayectoria de la Empresa uno tiende más a decantarse por la primera de las opciones,
por la cosa mercachifle más que por la patriótica.
Como
el aficionado, baqueteado en tantas tardes y en tanto maltrato, es un ser
generalmente suspicaz, nos maliciábamos unos cuantos que esta última tarde de
la temporada madrileña era la elegida para dar al conocimiento público al
mítico Cordobán, número 37, que lleva más tiempo viviendo en los corrales que
el propio Florito; Cordobán de Valdefresno, el toro que ya estuvo en la Virgen de
agosto, y antes en San Isidro con la de Ibán, y antes… pero se ve que, en un
rapto de señorío, decidieron no reseñar a Cordobán dentro de un saldo ganadero
en el que habría tenido un perfecto encaje dentro del surtido de todo a un euro
que hoy han preparado como colofón a la temporada.
Para
no andar perdiendo el tiempo digamos que la enésima lisarnasiada del año 19 ha
sido blanda, mansa y con la tradicional ausencia de casta que se les presupone.
Por delante salió una especie de trolebús, un bicho grande y destartalado como
el Tiburón que interpretaba Richard Kiel en aquella película de 007 en la que
le arreaba un mordisco al cable de un teleférico como si fuera un regaliz. El
bicho, Cigarro, número 31, era como un carro de combate Leopardo 2E que se
hubiese escapado del desfile de por la mañana, y tuvo su inmediato contrapunto
con el segundo, Clavelero, número 51, que era la cabra de la Legión sin
chapiri. Ahí está la ecuación lisarnasia descarnadamente, por si alguno la
quiere aprender: la cabra venía por lo lisar y el trolebús venía de la parte
nasio, ambos hermanados como siameses en el descaste y en la blandenguería aquélla
que tanto molestaba al Fary. La única de las seis prendas que hoy se vieron en
Madrid que tuvo algo que decir, al menos en el último tercio, fue el tercero,
que también tiraba a lisar y que puso un buen puñado de embestidas por el lado
derecho y una razonable incertidumbre por el izquierdo. Lo demás, bueyes. Carne
de matadero.
Para
el postrero festejo de la temporada, la Dombiana grey ajustó la presencia de
Eugenio de Mora, Gonzalo Caballero y Jesús Enrique Colombo, que se vinieron a
Las Ventas con sus vestidos azul pavo y oro, grana y oro con cabos blancos y
purísima y oro, respectivamente.
Antes
de seguir y para explicar ciertas cosas que vendrán después hay que hablar, si
cabe brevemente, del público festivo y animado que hoy ocupaba la mayoría de las
localidades, un buen batallón de jóvenes y muy jóvenes dispuestos a pasar una
agradable tarde, a aplaudir a su ídolo, Gonzalo Caballero, y a divertirse
sanamente con el espectáculo. Evidentemente la historia de Eugenio de Mora, el
propio nombre de Eugenio de Mora nada decía a toda esa muchachada, y me temo
que nada va a seguir diciéndoles si todo el trato que vayan a tener con el
moracho va a ser el breve conocimiento
de esta tarde, porque la verdad es que no ha sido ni por el forro la tarde de
Eugenio, ni por disposición ni por resultados. Le tocó matar tres toros por
cogida de Caballero y salvo tres verónicas y una media que dio en el sexto, el
resto de su actuación puede pasar por completo al mundo del olvido. Su paso por
Madrid queda resumido en lo pesado que se puso con su primero, el trolebús, en
la sarta de muletazos -ninguno bueno- que le avió a su segundo, abusando de la
ventaja, del descoloque y de la triquiñuela y de la reiteración de esas mismas
trazas en su labor con su tercero. En ése hizo un guiño a la cátedra con el
capote, como antes se dijo, y se atascó con la cosa de la espada. Vino sin
apoderado y se fue como había venido.
Gonzalo
Caballero reaparecía en Madrid después de la cogida de San Isidro en aquella
dura corrida de El Pilar y recibió la tradicional ovación que Madrid suele
tributar a los que han pagado el tributo de la sangre. Su primero y único toro
de esta tarde fue la sardina lisarnasia, un personaje canijo, anovillado,
zancudo, ayuno de fuerzas e impresentable al que prácticamente no se picó. Tras
brindar a Padrós, otro clásico, se dispuso a presentar sus argumentos y comenzó
toreramente con estatuarios y pases del desprecio, andando al toro desde las
rayas hasta el tercio y rematando con un pase de pecho, con los que cosecha
sinceros aplausos. Ahí tenemos al Caballero que apuntó en San Isidro, más serio
y centrado, menos atropellado que en otras ocasiones. El toro no da nada: en
los primeros momentos gazapea y no permite hacer el cite, acaso por la
distancia que Caballero le propone, pero al torero se le ve asentado, con
sentido escénico de cara al tendido. La condición descastada del lisarnasio
pide más mando del que Caballero parece atesorar y, por momentos, da la
impresión de estar acompañando la embestida más que dirigiéndola. De igual
manera que hizo en San Isidro, mediada la faena decide que ha llegado el
momento del desmelene y ahí tira de cercanías, de demagogia con que ganarse a
la parte más impresionable del tendido, que era la mayoría, y practica el
invertido circular y las bernardas antes de perfilarse frente al 7 en la suerte
contraria y repetir exactamente la estocada de San Isidro, la que le valió la
cogida. Hoy ha entonado su particular “decíamos ayer” y ha vuelto a quedarse en
la cara tras meter el estoque y, de nuevo, ha ofrecido sus muslos al canijo de
Clavelero, número 51, para que hiciese con él lo que quisiera: tres buenas
cornadas, un fuerte tabaco. Le llevan la oreja a la enfermería.
En
el ambiente posterior a la cornada le toca salir a Colombo y él, con gran
inteligencia, se da cuenta de que puede vendimiar en la viña de Caballero.
Todos los que habían venido por él se han quedado huérfanos y, posiblemente,
nunca hayan oído hablar de Colombo, pero él está dispuesto a cambiar las
tornas. Lo primero que hace es poner banderillas, unos pares veloces, atléticos
y más bien a toro pasado que cosechan sus aplausos. La parte mejor es que es él
mismo quien coloca al toro, sin necesidad de usar a un peón de “gorrilla”, y
que clava los dos palos, lo cual no es extraño, porque los pone con gran vigor.
Después, se cruza el ruedo y se va a la enfermería a brindar al herido y ahí se
acaba de ganar al público. Luego plantea la faena haciendo galopar al toro,
dándole distancia, al estilo de lo de Perera del otro día, quedándose más bien
por las afueras, y después, con dos tandas de redondos en los medios que el
toro se traga y aunque la colocación del torero no fuese la óptima, templa
mucho. Se cambia la muleta de mano y ahí el toro da más quebraderos de cabeza,
quedando el animal por encima. Vuelta a la diestra para torear de manera algo
eléctrica, con lo que la faena no acaba de cobrar vuelo y vuelta a no cruzarse
y a abusar de la ventaja de retrasar la pierna. Tras unas manoletinas le deja
al toro una estocada hasta la gamuza. Oreja, sin haber exprimido al toro. En su
segundo, tras dos pares de igual jaez que los de antes, cae en la cara del toro
al ir a quebrar en los medios y cobra una buena paliza a base de pisotones y
trompazos. Tras unos momentos de recuperación, le quitan la chaquetilla, le
riegan el cogote con agua, le dan un vasito de agua y, cojeando, vuelve a
salir, quedando eximido de clavar el tercer par. En el rato que las asistencias
han estado reanimando a Colombo al toro, Gañanito II, número 61, le ha dado
tiempo a cavilar lo suyo y el reencuentro de toro y torero ya queda marcado por
la falta de disposición del toro, por lo avisado y desconfiado que está y por
las inequívocas ganas del venezolano de decir ¡aquí estoy yo!. Toreo como tal
no hay, entre lo arisco y orientado del de negro y lo disminuidas que están las
facultades del de oro. Aún así ensaya unas bernardas que encuentran eco en el
público y se perfila para pinchar una estocada sin muleta. Después cobra una entera
muy efectiva que provoca bastante derrame y las gentes piden con ahínco la
oreja que el Presidente, don José Magán Alonso, no concede, con buen criterio.
Colombo puede funcionar, da espectáculo y su clave es la espada, porque ahora
mismo creo que hay pocos que maten con tanta seguridad como él, pero debería
pulirse y atemperar sus ímpetus.
***
Se
monta la mundial porque no le dan la segunda oreja a Colombo y ahí tenemos a
ese zascandil al que han puesto de Gerente del Centro de Asuntos Taurinos, que
en vez de estar en su burladero se dedica a ir de acá para allá, junto a la
puerta de la enfermería tildando de “sinvergüenza” al Presidente. Lo mismo
estaba bien que alguien pensase en retirar a este chico de un cargo que le va
grandísimo.
Colombo, por colombinas
Que los programadores hayan querido elegir para este señalado día
una ganadería que ostenta en su divisa los hermosos colores
de la enseña nacional, única razón para presentar
semejante saldo lisarnasio
Eugenio
El de Mora
Tres verónicas y una media al sexto
Gonzalo Caballero
Pena de bernardas
Y pena de estocada
Hoy ha entonado su particular “decíamos ayer”
y ha vuelto a quedarse en la cara tras meter el estoque
y, de nuevo, ha ofrecido sus muslos al canijo de Clavelero
para que hiciese con él lo que quisiera
tres buenas cornadas, un fuerte tabaco
Le llevan la oreja a la enfermería
Colombo, con gran inteligencia,
se da cuenta de que puede vendimiar en la viña de Caballero
plantea la faena haciendo galopar al toro,
dándole distancia, al estilo de lo de Perera del otro día
cae en la cara del toro al ir a quebrar en los medios
y cobra una buena paliza a base de pisotones y trompazos
le quitan la chaquetilla, le riegan el cogote con agua,
le dan un vasito de agua y, cojeando, vuelve a salir
se perfila para pinchar una estocada sin muleta
Colombo puede funcionar, da espectáculo
y su clave es la espada,
pero debería pulirse y atemperar sus ímpetus
FIN