1983
Hughes
Abc
No se entiende la insistencia en el “perdón” de Otegi. Su perdón personal importa poco. Él remite a su libro y habla como un líder político que “vende” una determinada cosa: algo llamado proceso de paz. Una visión del “conflicto”, una visión del País Vasco y de su historia. Dos partes, dos grupos de víctimas (la imagen de Franco casualmente mientras lo contaba)… Esto es ya un discurso mayoritario e institucional. ¿Acaso desaparece si pide perdón? Es desesperante.
Otegi ha formado parte de un grupo terrorista y no cambia de chaqueta. No engaña a estas alturas. La lealtad a su radicalismo es una de las pocas cosas firmes y parece que están deseando que la sepulte en palabras de ternura. “Otegui, pide perdón. Recubre esto en un poco de sentimentalidad, un poquito de sirope. ¡No nos lo pongas tan difícil!”. ¡Pero Otegi es más serio! Y lo que llama la atención en él es otra cosa, es lo normalizado que está. Su vocabulario, su fraseología, su campo de palabras, sus intenciones, su visión histórica de España… Sus eufemismos han de tapar más, eso sí. Usa “sufrimiento” o “dolor” en lugar de muertos. Y sus frases-engendro son como mega-estructuras: “dialogar para lograr un espacio para la construcción de la convivencia”. Pero, en esencia, es lo mismo. Es lo que ya suena: “derechos sociales” envolviendo “libertades nacionales” contra la derecha y “la herencia de Franco”.
Los que se tiran de los pelos más cortos porque habla en el 24Horas, ¿han reparado en que gobierna en medio País Vasco?
“¡Un monstruo, un monstruo!”, dicen, pero suena como mi vecino o un actor de cine. La única diferencia es su pasado y por eso… “¡Pide perdón!¡Pide perdón!”.
Otegi recordó un acuerdo con Maroto, las actas del PP, y resumió los muchos Pedro Sánchez en dos: 155 o “diálogo” (“El Sánchez de Évole”). Y diálogo es todo lo que conduce a una superación de la nación española. Por eso, el diálogo de Otegi es el de todos desde Zapatero (¿recuerdan las pompas de Estado cantando la derrota rubalcabiana de ETA?) y su mensaje ha sido normalizado por los medios de comunicación. Dice “caverna mediática” y dice “un tiempo nuevo”.
Otegi ha pisado cárcel, lleva décadas con un corte de pelo de fanático, y se juega los cuartos con los pimpollos de la Nueva Transición. ¿Qué pensará Otegi del progreliberalismo de Toni Roldán? Con su pasado, no tiene que mentir demasiado: “Acabó la violencia porque no la necesitábamos para obtener nuestros objetivos”.
Otegi votó las proezas sociales del PSOE y tiene grupo en el Congreso con ERC, la gran esperanza blanca desde Soraya hasta ahora, ¿a qué tanto mohín a estas alturas?
Lo escandaloso no es tanto que hable como que suene tan parecido a lo demás.
1998