jueves, 15 de marzo de 2018

El lujo

Maiakovski


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El marqués de Griñón ha contado una experiencia vivida el pasado diciembre con su hija mayor, a la que ve de tarde en tarde. Hacía sol (¡este sol de España!), y con el primer aceite de su cosecha cocinó delante de su casa una tortilla de patatas.

¡Esto es un lujo! –dijeron juntos.

Y les pareció, de pronto, la mejor definición de “lujo”, descubrimiento que el marqués puso en conocimiento de Villanueva, director de la Academia, que prometió pasarla por “el bidé del idioma”, como Eugenio d’Ors, que lo tenía a huevo, llamaba al agujero oval de la mesa en torno de la cual se reúnen cada jueves los académicos.

Fui a ver a Gorki –cuenta, al modo ullanesco, Maiakovski–. Le leí fragmentos de “La nube”. Gorki, conmovido, lloró en mi chaleco. Lo conmoví con mis poemas. Esto me enorgulleció un poco. Más tarde supe que Gorki llora siempre en todos los chalecos poéticos.
Maiakovski sería Griñón, y Gorki, Villanueva, llorando siempre en todos los chalecos aristocráticos: si no gusta la definición de “lujo” (“Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo. Abundancia de cosas no necesarias. Todo aquello que supera los medios normales de alguien para conseguirlo”), se cambia por otra, y arreglado. Esto se hace pensando, no en España, donde el español está prohibido, sino en la página web en español de la Casa Blanca, que es donde Villanueva viene dando la batalla.
El lujo, pues, dejaría de ser una cosa de ricos (el verdadero lujo, decía Tom Paine en los días de la ilusión americana, no consiste en el artículo, sino en los medios de obtenerlo, “y esto es lo que siempre se oculta”) para ser una cosa de pobres, cuyo concepto del lujo siempre fue comer.
Yo con una platusa me avío.
No sé cómo andará de definidores la Academia, pero ya les digo que Villanueva no es Agustín Lara, que define la noche como un “diluvio de estrellas, palmera y mujer”. Villanueva borrará lo que haya y pondrá: “Lujo: Tortilla de patatas en aceite de primera prensada en frío”.