Toro más bronco es el que toca lidiar. El Fandi (2014)
Jean Juan Palette-Cazajus
No sé si después de “La farsa infantil de la cabeza del dragón” protagonizada durante los últimos días por “Los cruzados de la causa” y reconfortados por tantas “Divinas palabras” como se oyeron en la manifestación unionista de Barcelona, se habrán creído algunos que se había acabado el “Romance de lobos”. No sé si algunos han llegado a pensar que muerto estaba el toro y bien podían enjugarse el frío sudor de la jindama sentados sobre su cadáver, como, tras gran faena, hiciera Rafael de Paula en Las Ventas. O lo creen tan flojo como aquel que, más reciente y vergonzosamente, toleró en vida las posaderas de El Fandi. Evidentemente no es así. La “Tragicomedia de aldea” lleva camino de terminar en “Comedia bárbara” y no tiene pinta de apagarse “El resplandor de la hoguera” catalana. Acojámonos a una única certeza. En esta ocasión dudo de que surja, en “El ruedo ibérico”, ningún Valle Inclán capaz de cuajar la relación de tan inaudito esperpento.
Hace menos de una semana, un sondeo de Metroscopia pintaba una imagen razonablemente esperanzadora de la sociedad catalana. Pero el 31 de octubre, caía el tremendo jarro de agua fría de una encuesta del CIS que anunciaba una progresión de 7 puntos, desde el mes de junio, en las intenciones de voto favorables a la independencia de Cataluña, y un retroceso, en el mismo período, de casi 6 puntos de las opiniones adversas. En este aterrador contexto, el diario francés Le Monde, también del 31 de octubre, publicaba una muy interesante tribuna del politólogo Patrick Weil titulada “Volvámonos hacia el Quebec y el Canadá para responder a la crisis catalana”. El autor es conocido como gran especialista de los problemas de inmigración y de ciudadanía sobre cuyas diversas facetas tiene a sus espaldas una importante bibliografía. Tal vez simplifique un poco sus posturas, pero no creo traicionarlas si digo que Patrick Weil es uno de los más fervorosos heraldos franceses del multiculturalismo y de los incontables beneficios de la inmigración. Tendrán ocasión de comprobarlo a continuación.
Hace menos de una semana, un sondeo de Metroscopia pintaba una imagen razonablemente esperanzadora de la sociedad catalana. Pero el 31 de octubre, caía el tremendo jarro de agua fría de una encuesta del CIS que anunciaba una progresión de 7 puntos, desde el mes de junio, en las intenciones de voto favorables a la independencia de Cataluña, y un retroceso, en el mismo período, de casi 6 puntos de las opiniones adversas. En este aterrador contexto, el diario francés Le Monde, también del 31 de octubre, publicaba una muy interesante tribuna del politólogo Patrick Weil titulada “Volvámonos hacia el Quebec y el Canadá para responder a la crisis catalana”. El autor es conocido como gran especialista de los problemas de inmigración y de ciudadanía sobre cuyas diversas facetas tiene a sus espaldas una importante bibliografía. Tal vez simplifique un poco sus posturas, pero no creo traicionarlas si digo que Patrick Weil es uno de los más fervorosos heraldos franceses del multiculturalismo y de los incontables beneficios de la inmigración. Tendrán ocasión de comprobarlo a continuación.
Romance de Lobos. Comedia bárbara
En una época próximo al partido socialista, formaba parte de aquellos ideólogos que aconsejaban una línea política basada en el “pueblo nuevo”, el de la inmigración y que volviera definitivamente la espalda al pueblo tradicional, el de los “pequeños blancos”, que aquellos teóricos consideraban como perdidos de antemano y definitivamente secuestrados por la causa de Marine Le Pen. La mayoría de los socialistas quedó razonablemente aterrada por aquellos planteamientos que contribuyeron a fracturar el partido hasta llevarlo a la actual situación de muerte clínica. Quien encabezó la fracción más rebelde a tal apuesta multicultural sin duda fue el ex primer ministro Manuel Valls. Queda pues perfilado nuestro personaje. Me tomaré la molestia de traducir parte del citado artículo que suena hoy particularmente interesante:
«Yo había sido invitado por el Instituto Francés de Barcelona para dar una conferencia sobre Europa y la inmigración. El Señor Jordi Pujol, entonces Presidente de la Generalitat de Cataluña y figura destacada del independentismo, manifestó su deseo de tener un encuentro conmigo. A la mañana siguiente, cuando entré en su despacho, mi primera sorpresa fue encontrarme no solamente con el señor Jordi Pujol, sino también con buena parte de su Gobierno, con varios responsables de la administración y con el propio Jefe de la policía catalana, de uniforme.
«Yo había sido invitado por el Instituto Francés de Barcelona para dar una conferencia sobre Europa y la inmigración. El Señor Jordi Pujol, entonces Presidente de la Generalitat de Cataluña y figura destacada del independentismo, manifestó su deseo de tener un encuentro conmigo. A la mañana siguiente, cuando entré en su despacho, mi primera sorpresa fue encontrarme no solamente con el señor Jordi Pujol, sino también con buena parte de su Gobierno, con varios responsables de la administración y con el propio Jefe de la policía catalana, de uniforme.
Patrick Weil
»Tras algunos preliminares sobre la situación política francesa que demostró conocer perfectamente, el Sr. Pujol cambió de tema y me dijo de repente: “Sr profesor, sólo quería hacerle una pregunta. Cataluña recibe a muchos inmigrantes, pero estos extranjeros que llegan a nuestro país no quieren aprender catalán, quieren hablar en castellano. Yo gobierno un pequeño país enclavado entre dos grandes. ¿Qué puedo hacer para que estos inmigrantes aprendan el catalán?”
»Me quedé doblemente sorprendido. Por lo de “pequeño país enclavado” y por lo de “Cómo hacer para que aprendan catalán”. Pero dí inmediatamente con una respuesta: “Hagan que vengan cuanto antes los niños pequeños y no se oponga como hacen muchos al reagrupamiento familiar. Los niños aprenderán catalán en el colegio y por la tarde, al volver a casa, hablarán en catalán con sus padres. De modo que los padres también tendrán que hablar catalán”. Vi sus ojos iluminarse. Me dio las gracias y se levantó. Nuestra conversación había terminado».
Parece que el Sr Pujol le hizo caso a Patrick Weil: “Los terroristas hablaban un perfecto catalán, con acento de la zona”, pude leer a propósito de los asesinos de Ripoll. Trataré de resumir ahora las sugerencias del politólogo francés en relación con el caso canadiense. Patrick Weil cuenta cómo los canadienses procedieron a un exigente escrutinio de su constitución para enfrentarse a las exigencias de los independentistas del Quebec y consideraron que lo que la caracterizaba era “el federalismo, la democracia, el constitucionalismo, la primacía del derecho [...] y el respeto de las minorías”. El Gobierno canadiense aceptaba la posibilidad de una secesión del Quebec siempre que “no hubiese acto unilateral, que hubiese una consulta popular con una pregunta clara y una respuesta clara […] y que jamás se pudiesen cuestionar los derechos y el estatuto de los ciudadanos no francófonos o no nacionalistas del Quebec”.
»Me quedé doblemente sorprendido. Por lo de “pequeño país enclavado” y por lo de “Cómo hacer para que aprendan catalán”. Pero dí inmediatamente con una respuesta: “Hagan que vengan cuanto antes los niños pequeños y no se oponga como hacen muchos al reagrupamiento familiar. Los niños aprenderán catalán en el colegio y por la tarde, al volver a casa, hablarán en catalán con sus padres. De modo que los padres también tendrán que hablar catalán”. Vi sus ojos iluminarse. Me dio las gracias y se levantó. Nuestra conversación había terminado».
Parece que el Sr Pujol le hizo caso a Patrick Weil: “Los terroristas hablaban un perfecto catalán, con acento de la zona”, pude leer a propósito de los asesinos de Ripoll. Trataré de resumir ahora las sugerencias del politólogo francés en relación con el caso canadiense. Patrick Weil cuenta cómo los canadienses procedieron a un exigente escrutinio de su constitución para enfrentarse a las exigencias de los independentistas del Quebec y consideraron que lo que la caracterizaba era “el federalismo, la democracia, el constitucionalismo, la primacía del derecho [...] y el respeto de las minorías”. El Gobierno canadiense aceptaba la posibilidad de una secesión del Quebec siempre que “no hubiese acto unilateral, que hubiese una consulta popular con una pregunta clara y una respuesta clara […] y que jamás se pudiesen cuestionar los derechos y el estatuto de los ciudadanos no francófonos o no nacionalistas del Quebec”.
Tirar al bebé con el agua del baño
«Ambas partes acataron esta decisión clara y equilibrada –sigue Weil–. No cabe duda de que contribuyó al apaciguamiento de las tensiones y reivindicaciones independentistas que prevalece hoy en el Canadá». También traduciré casi íntegro el penúltimo párrafo de su artículo por razones obvias: «No cabe duda de que la ausencia de visión del poder español contribuye al agravamiento de la crisis catalana y al reforzamiento del movimiento independentista. […] Los Sres Juncker, Macron, Valls y tutti quanti deberían inspirarse en la Corte Constitucional canadiense y dejar de repetir con pavloviana rigidez que la Constitución Española no prevé la situación actual y que jamás Europa reconocerá a una Cataluña independiente. Porque gobernar es saber reaccionar ante situaciones imprevistas con soluciones inéditas». Creo que tampoco en este caso conviene “to throw the baby out with the bathwater”, según surrealista expresión inglesa también muy usada en francés. Por más que todos hayan entendido que el universalismo buenista y reconciliador pregonado por Weil y sus semejantes suele ser asaz vertiginoso.
Pero efectivamente, antes de “tirar al bébé con el agua del baño” merece la pena no desechar el contenido posiblemente aprovechable de su pensamiento. Hablé el otro día de la diferencia fundamental entre el caso catalán y el caso del Quebec. Volveré a recordar que si Cataluña y (el resto de) España se han ido forjando próximas antes de hacerlo juntas, al contrario, Inglaterra y Francia se han forjado casi siempre como referencias antagónicas. No tuve tiempo de insistir sobre otra diferencia esencial: tuvimos por un lado una lejana y atípica situación ultramarina primero, poscolonial después, que fue la sumisión violenta de la pequeña población francesa durante la guerra de los Siete Años. Por otro, tenemos la realidad de una coevolución histórica típicamente europea. Si la palabra Europa quiere seguir teniendo un sentido tendrá que ser con fidelidad al tronco de la continuidad histórica y, en ningún caso, cortando las ramas que nos unen a él y de cuya savia nos nutrimos. Si fuese posible extraer una lógica de la historia, Cataluña y (el resto de) España difícilmente se podrían pensar separadas. Pero ciertamente tan abstracta es la lógica como poderoso el vértigo novelero de las subjetividades. Obsoleto se queda el logos en este tipo de enfrentamiento.
Pero efectivamente, antes de “tirar al bébé con el agua del baño” merece la pena no desechar el contenido posiblemente aprovechable de su pensamiento. Hablé el otro día de la diferencia fundamental entre el caso catalán y el caso del Quebec. Volveré a recordar que si Cataluña y (el resto de) España se han ido forjando próximas antes de hacerlo juntas, al contrario, Inglaterra y Francia se han forjado casi siempre como referencias antagónicas. No tuve tiempo de insistir sobre otra diferencia esencial: tuvimos por un lado una lejana y atípica situación ultramarina primero, poscolonial después, que fue la sumisión violenta de la pequeña población francesa durante la guerra de los Siete Años. Por otro, tenemos la realidad de una coevolución histórica típicamente europea. Si la palabra Europa quiere seguir teniendo un sentido tendrá que ser con fidelidad al tronco de la continuidad histórica y, en ningún caso, cortando las ramas que nos unen a él y de cuya savia nos nutrimos. Si fuese posible extraer una lógica de la historia, Cataluña y (el resto de) España difícilmente se podrían pensar separadas. Pero ciertamente tan abstracta es la lógica como poderoso el vértigo novelero de las subjetividades. Obsoleto se queda el logos en este tipo de enfrentamiento.
Multiculturalismo canadiense
El interesante politólogo quebequés Matthieu Bock-Côté no oculta sus simpatías independentistas. No nos extrañará que su visión de los acomodos constitucionales canadienses sea más reservada y escéptica. Él piensa que la pregonada obsesión por el respeto de las minorías que caracteriza el actual gobierno canadiense, minorías precolombinas, minorías étnicas, inmigradas, minorías religiosas, hasta el punto de capitular ante cualquier exigencia islamista, sólo tiene una finalidad fundamental: tratar de diluir en un totum revolutum la minoría más gorda e indigesta, la francófona. Estima que con semejante política Canadá se convierte en un país ectoplásmico y pone en peligro la propia supervivencia de su democracia, miope o resignada frente a la convergencia de los fundamentalismos culturales y religiosos. Tengo entendido que Justin Trudeau, el actual Primer Ministro, reniega de palabras como nación e identidad. Es una postura perfectamente legítima. Tan legítima como la de considerar que frente a la contumacia de los integrismos, acudir a la batalla bajo el estandarte del universalismo abstracto es sinónimo de hacerlo totalmente inerme. Tan legítima como la de entender que si las identidades son ciertamente arbitrarias e incontrolables también pueden ser profundamente coherentes y estructurantes. Particularmente las que han estado largamente baqueteadas por la historia y que suelen ser razonables e incluyentes. Tan anómico resultaría un mundo emanado del universalismo abstracto como aquel que fuese generado por identidades onfaloscópicas, pueriles y excluyentes.
Matthieu Bock-Côté
Que cada uno se haga una idea por sí mismo. Hoy, todos los documentos son fácilmente asequibles. Merecería la pena separar el trigo de la cizaña, aquí concretamente lo que pertenece a un incorregible optimismo histórico de lo que manifiesta cierta sutileza, inteligencia analíitica y lucidez política. Seguiremos tratando de desescombrar razonablemente el camino. No esperaremos gran cosa del porvenir. “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos” diría Sánchez Ferlosio.
El sueño de la razón