Camino mozárabe en Santiago
Peregrinos
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Los cordobeses vestidos de carreristas que luchan contra el colesterol no se paran. Lo esquivan. Dos señoras le hacen un quiebro semicircular y los dos hombres vestidos de pintores que se paran no saben darle razón. No saben de lo que habla. La escena se representa a las once de la mañana en la Ribera junto a la ermita de los Santos Mártires. La veo desde unos cien metros y conforme me voy acercando intuyo la penuria del hombre de los dos burros.
El hombre de los dos burros es peregrino a Santiago y se ha perdido al pasar un puente peatonal que no es otro que el romano. Solicita enderezar la ruta. Dice también que en el puente peatonal ha perdido un bocadillo y que tiene “una poca jambre” porque viene de Málaga. Alguien le ha dicho que tiene que tirar para el Cerro Muriano y anda buscando el buen camino. Le mando Avenida Libia arriba hasta que tope con la dirección Badajoz y me lo quedo mirando. Le solicito una foto y le doy para una cerveza. Posa y los paseantes, al ver que el peregrino no es peligroso, se paran curiosos y apuntan con sus móviles a los pobres animales. Le explico que allí mismo está la iglesia de Santiago, parada obligada del peregrino con su mapa azulejado en el alminar musulmán más antiguo de Córdoba. Noto que no le importa el apunte y que su interés está en enfilar la calle a la que le llevo. Me pregunta si llegará hoy al Cerrro Muriano. Le contesto que imagino que sí y me intereso en cómo volverá de Santiago. El hombre, de aspecto perroflaútico, pero que al hablar aparenta una ingenuidad beatífica, no sabe qué hará. Preferiría quedarse allá de guarda en una finca o algo parecido. Y si no es en Santiago, en cualquier pueblo del camino. No le he preguntado más porque no me ha parecido decente y porque me da la sensación de que camina para olvidar. Incluso sospecho que quiere beber algo sin mi presencia.
¡Buen camino, malaguita!