Hughes
Abc
Llama la atención el uso del verbo “abatir”. “Los terroristas abatidos”. Abatir no es necesariamente matar. Se da cuenta de una operación y el terrorista eliminado se considera “abatido”. Es un eufemismo. La palabra se generaliza hasta empezar a rozar lo cómico: “Los terroristas abatidos” suena a célula melancólica.
Abatir es tirar al suelo, hacer caer. Dicho así parece que el terrorista cae como en un videojuego o como la silueta de cartón en las cabinas de tiro. La palabra intriga porque tiene fondo.
Ayer escuché a un periodista relatando la última operación de los mossos. Contó que el “abatido” llevaría un “presunto cinturón explosivo”. Presunto. Luego cambió a “un posible”. El cinturón es importante porque explica que sean abatidos. Justifica la “balasera”. Maravilloso lapsus ese “presunto”. Sorprende que en un entorno tan humanitarista y garantista (probablemente leemos estos días a las gentes más humanas de Europa) no haya una mayoría extrañada por estas operaciones de general abatimiento. Esto no es una crítica, es más bien la constatación personal (torpe) de una zona extraña en la que se suspende la preocupación humanitaria habitual. Los derechos humanos pasan a mejor vida ese ratito. Los abatidos pertenecían a una célula, nos dicen quienes hasta ayer no sabían ni de su existencia, y se procede a su eliminación urgente. Pero ni siquiera se cuenta así. “Son abatidos”. Tampoco hay más preguntas. Este proceder letal, quirúrgico, extraña un poco en una sociedad tan celosa de los derechos humanos, los procedimientos y las garantías. El terrorismo abre algo parecido a un estado de excepción y la gente, incluso los más progresistas de Europa, lo admiten y hasta presumen. Pero para que no les suene mal, claro, lo llaman de otra forma.