Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Un filósofo de la Santa Transición, experto en caballos, quiere enviar a los abstencionistas a un establo (“¡con TV y ADSL!”), y luego pedimos rigor mental a Bebé Errejón, el Becario Black (BB).
Ese establo vendría a ser, como el Purgatorio, más que un lugar, un tránsito de purificación y expiación, antes de pasar al cielo de la partidocracia o al infierno… ¡del “voto obligatorio”!, recurso franquista que hoy prospera en las muy selectas democracias de Bélgica y el Congo, es decir, un Congo belga.
Que el voto sea un derecho y que un derecho no pueda ser un deber no supone ningún obstáculo para este Carudel de la dialéctica, que salta de caballo en caballo, o de concepto en concepto, como John Wayne en el ataque indio a la diligencia.
Si uno fuera marxista, le diría lo que Marx al pobre Proudhon en su “Miseria de la filosofía”:
–En Francia tiene el derecho a ser un mal economista porque pasa por ser un buen filósofo alemán. En Alemania tiene el derecho a ser un mal filósofo porque pasa por ser un competente economista francés. Como alemán y economista, quiero protestar contra ese doble error.
Uno es abstencionista de toda la vida, y contaba con seguir siéndolo hasta que pueda votar, no a Lozanos en oferta (¡ñaspas con “la mayor oferta política de nuestra historia”!), sino al representante que yo elija para mi distrito, como hacen, además de los americanos, que son palabras mayores, los franceses o los ingleses, incluso con su paradoja de Arrow, pero ahora resulta que me veo en el establo de la Sagrada Familia desahuciada por Carmena, entre la mula y el buey, y me siento como el penco del cuadro que cuelga en la Asamblea Nacional venezolana, montado, a la vez, por Chávez y Bolívar, que aquí serían el caudillo partidocrático de turno y un filósofo de la Santa Transición que necesita tirar de Montaigne para hacer suyo el eslogan de Media Markt:
–Porque yo no soy tonto.
Siendo “listo”, aquí, un producto filosófico de la frivolidad.