La muslera de López Simón
Esa muslera
José Ramón Márquez
El otro día nos echaron la penúltima de esta gente, la de Fraile Mazas, camuflada como “encaste minoritario”, y hoy la última por el momento, la del Puerto de San Lorenzo, para sumar ocho corridas en este 2015 de los lisarnasios en Madrid. Ocho corridas de todas las franquicias frailunas, cuarenta y ocho toros, y aquí seguimos a estas horas esperando que salga uno que no sea un compendio de mansurronería descastada y de blandenguería. Proponemos que el año próximo en vez de ocho sean dieciséis las corridas que les compren de saldo a los Fraile, a ver si con cerca de cien toros conseguimos que salga uno, al menos uno, el uno por ciento como aquél que dice.
Hoy los ganaderos mandaron un encierro de excelente aptitud cárnica, carne ecológica y poco movida, que pedía a gritos verse transformada en medias canales. Uno de la andanada del 8 que trabajó en el viejo matadero de Legazpi se hacía cruces viendo en los cuartos traseros del que se lidió en quinto lugar, Caratuerta, número 67, esos inconfundibles “tres culos” que hacen la delicia de los entradores y que, sin duda, tanto habrán complacido al adjudicatario de la concesión de la carne de los astados que se lidian en Madrid. Ninguna sorpresa, pues, nos ofrecieron los pupilos de don Lorenzo Fraile, que nos volvió a mandar la misma porquería de tantas otras veces, lo mismo que siempre que la desinteresada Empresa nos cisca con esta ganadería o cualquiera de sus franquicias y marcas blancas, lisarnasios mayoritarios o minoritarios, pero todos ellos campeones del mundo del descaste.
La corrida de hoy tenía su interés porque se encontraban mano a mano dos personajes que han dado que hablar en la temporada que ahora finaliza. Por un lado el veterano Diego Urdiales cerrando la que ya muchos conocen como “la temporada del millón de dólares” en la que el riojano, después de tantos sinsabores, ha podido andar por las Plazas respaldado por un sólido refuerzo financiero. Y de otra parte, el joven López Simón en una temporada plena de ambición en la que ha conseguido poner a funcionar su nombre, con cambio de apoderamiento tras sus “triunfos” de Madrid y plagada de percances y cogidas. Del uno se sabe que tiene la moneda y que de vez en cuando nos ha dejado retazos de toreo de gran calidad; del otro apenas se sabe nada más que su innegable valor, pues de sus dos Puertas Grandes de Madrid sólo queda el recuerdo porque el programa de mano nos lo recuerda, o acaso sea que su toreo tiene el poder de producir el olvido.
Antes de ir a lo negro hay que volver a señalar la importancia que en una corrida de toros tiene la figura del Presidente. Tener unas claras ideas, un sentido de la dignidad del cargo que se ocupa, dar unas instrucciones precisas a los subordinados, especialmente al Delegado, y mantener la categoría de la Plaza y, junto a ella, la decencia del palco es lo mínimo que se pide a quien se sienta en la Presidencia. Hoy hemos visto la deriva de un hombre sin ideas ni autoridad, don Justo Polo Ramos, para quien el hecho de ser padre de un torero en activo debería ser causa de palmaria incompatibilidad en el desempeño la función de Presidente. La oreja que ha regalado a López Simón en su primero, con la connivencia de los mulilleros y de los peones que riegan de obstáculos el camino de las mulas hacia el toro, es más propio de Rinconete y Cortadillo que de la antaño conocida como “primera Plaza del mundo”, y en nada ayuda al prestigio de la Plaza ni del propio galardón el colaborar a su paulatina y constante devaluación, y a las pruebas me remito.
Dicho esto habría que hablar de Diego Urdiales, pero Urdiales hoy ha sido Antonio Vico en “Mi tío Jacinto”, la inmortal cinta de Ladislao Wajda, donde el papel de Pablito Calvo le ha tocado a todos aquellos que se han creído la monserga de Urdiales/Artista (UA, como la compañía de Pickford, Chaplin y Griffith) y todas las exégesis que se han publicado sobre el de Arnedo.
Antonio Vico (Diego Urdiales) en Mi tío Jacinto, 1955
Volveremos cansinamente a decir que Diego Urdiales ha dado en Madrid muchas de arena por cada una de cal, y hoy, simplemente, ha echado otro volquete de arena de miga. Los revistosos del puchero que andan por los medios de comunicación colocándole ahora el adjetivo a tanto alzado, los webmaster que le hacen al riojano la campaña en las redes sociales y aquellos a los que hayan conseguido convencer aquéllos de sus invenciones se habrán ido decepcionados, cada cual por las razones que les sean propias, pero los que seguimos con atención la irregular carrera de Diego Urdiales no nos podemos llevar sorpresa alguna en el hecho de que hoy nos haya dejado una o dos verónicas y un trincherazo de cartel de toros (cuando había carteles de toros y no estos mamarrachos que perpetran ahora). Ése es el Urdiales que tantas tardes hemos visto, y no pasa nada, porque otra vez vendrá y nos dejará tres naturales de los que no se olvidan. Urdiales no es ni jamás será una figura de época, por más pasta que le echen al guiso, pero ahora que las cosas le van bien no debería olvidar que su estribillo él siempre lo ha tarareado con toros, desde los de Valverde hasta los de Victorino, y debería pensar que venir con los toros monicacos no le beneficia de cara a la afición. En cualquier caso, el aficionado es un ser paciente y sin prisas para con los que sabe que, de vez en cuando, pueden hacer cosas de su interés.
Y López Simón. ¡Ufff! Es cansino explicar que a mí, personalmente, no me gustan los argumentos de López Simón. No me gusta su posición, neotoreo, ni verle siempre al borde del trompicón o con las patas por el aire, ni me gusta lo poco que manda en los toros, ni me gusta su ausencia de tauromaquia. Reconozcamos su valor, aunque ya dijo aquél que en esto de los toros hay que tener el valor justo para vestirse y hacer el paseo, que lo demás viene del oficio. Hoy López Simón ha tocado el resorte más demagógico a partir de la colada que le hizo su primero, que se lo echó a los lomos y le metió el pitón, y a partir de ahí ha construido un melodrama que ha calado con fuerza en cierto público. La cogida es de estas modernas y se basa en la poca relevancia que se le da al toro: el torero toma al toro por más bobo de lo que es, el toro le ve en un muletazo, y en el siguiente, estando el matador descubierto y teniendo el bicho donde elegir, tira el derrote al cuerpo. A partir de la cogida la faena se vive por muchos de manera extrema: de una parte el asqueroso del toro se ha transmutado en bestia feroz, de otra el matador no oculta el dolor, exacerbando la piedad y la comprensión de los más impresionables. Y entre tanto... ¿dónde está el toreo? Pues en parte alguna, porque ahí se ventila ya otra cuestión que tiene que ver más con las artes escénicas que con el arte de Cúchares. La izquierda ni la usó, pinchó al toro y luego le dejó un espadazo, pero todo daba igual porque los que habían vivido las emotivas evoluciones del torero de Barajas como una epifanía le querían ver en triunfo y el cálculo de los mulilleros y la astucia del peonaje propiciaron que la debilidad de don Justo se manifestase exhibiendo el moquero para poner en las manos del torero una oreja, una oreja no homologada, podríamos decir.
Se corrió turno mientras López Simón pasó a las manos de Padrós para que Urdiales finiquitase su actuación sin pena ni gloria y antes de salir el quinto apareció López Simón por la puerta de cuadrillas y se cruzó el ruedo pasito a pasito imitando el andar introspectivo de José Tomás en su época de mayor misticismo y rollo zen.
El quinto era novillo por guarismo y atendía por Campanito, número 123, de birrioso comportamiento y sin mayor interés como toro. López Simón se puso con él lo mismo que con el anterior, cerca, descolocado y valiente, y de pronto le salió una serie de redondos de lo más interesante a base de quedarse sin enmendar la posición, de dejar la muleta en el hocico del animal, de rematar atrás y de pasarse cerca al bicho. Podría haber estado más cruzado, y la serie habría sido necesariamente más breve y más intensa, pero nadie puede negar que en esos seis o siete muletazos el torero dijo su verdad. En la siguiente los hados le abandonaron y se perdió la magia que había envuelto la serie anterior; después fue el toro quien le abandonó volviendo grupas hacia toriles a proclamar su condición de buey. Entre tanto la faena se diluyó, intentó dos naturales que no salieron y, para dar argumentos a los de los pañuelos, se puso a matar a recibir, o acaso sea que el toro se le vino, y le dejó una estocada bien efectiva, delantera y desprendida y hubo hasta quien pidió las dos orejas. El sexto, a todas luces el clásico bobo que a veces echa El Puerto, se partió una mano como viene siendo habitual en Las Ventas, que en el ruedo en vez de arena parece que hay hormigón pintado de color arena.
Esto es lo que dio de si la tarde. Para quien quiera asomarse al abismo digamos que López Simón lleva tres puertas grandes de Madrid en un mismo año, de las que apenas queda para el recuerdo una serie de redondos. Quien quiera comparar, que recuerde las tres imborrables faenas del maestro César Rincón en sus tres tardes de puerta grande, San Isidro del 91. También va a haber que empezar a distinguir entre las puertas grandes homologadas y las no homologadas, me temo.
María Cospedal
El programa
La copa
Jean Palette
Javi Jr.
Florencio estrenando Andanada del 9
María Cospedal en el nido de Fernández
Fernández saludando de piqüelina (el cabezazo de Piqué a Bush) a María Cospedal
(Para los que preguntan cómo ha llegado Fernández)
La brasa del duque
Paseo
El botijo
Uniforme de Ciudadanos,
el apoyo de la Cifu en la Comunidad
el apoyo de la Cifu en la Comunidad
La cogida de López Simón
La remontada de López Simón
Veterinario, presidente y asesor
Tres redomados antitaurinos en el palco
López Simón marcándose una lazarina (de Lázaro, la resurrección imposible) en Las Ventas
Firme el ademán del barquillero de toriles
Otoño madrileño
El dolor de los pecados
Vuelta
Despedida
Y cierre
Jean Palette cavilando sobre la influencia del nihilismo ruso en la Andanada del 9