Un búnker sobre el Cantarranas
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Levantado sobre el arroyo Cantarranas, se hunde el bar de Periodismo, que era como el Titanic de la Complutense, en cuyos estudios Hammer la orquesta de Carrillo sigue tocando su “Poltergeist”.
–…y don Manuel Alvar –dijo la presentadora de TV.
–¡Eso, todos al bar! –refitoleó Bryce Echenique, el otro invitado.
Uno hizo periodismo en ese bar, donde bebíamos porque las estrellas eran crueles, y el mundo, tan ocioso como una peonza. El dinosaurio de Podemos ya estaba allí: eran igual de turras, sólo que en vez de por Chávez rezaban por Ceaucescu, que les pagaba el veraneo en Constanza.
Entonces no se hablaba de lucha antifranquista: estaba la cosa tan reciente que nadie tenía el morro de inventarse un pasado.
De antifranquismo se habla ahora, cuando, gracias a dos damas de acrisoladas virtudes, se cumplen los dos sueños de Franco: acabar con los comunistas, obra de Tania Sánchez, señora de Iglesias, y “ni un trabajador sin bicicleta”, obra de Ana Botella, señora de Aznar.
¡Quién nos lo iba a decir en aquel bar!
En el Apocalipsis se nos recuerda que tras la venida del Mesías hasta el mar se secará.
Si, como nos vende la TV, el nuevo mesías fuera Pablemos, embolicado, como Ramiro Ledesma, con “la conquista del Estado”, porque, como José Antonio, no es “ni de derechas ni de izquierdas”, y está a nada de gritar, como Petón, “¡Arriba España!” (en Sol ya gritó el sábado “¡Viva Grecia!”), hasta el arroyo Cantarranas se secará, y, bien asentado, el bar de Periodismo podrá seguir acogiendo en su barra a los estudiantes.
El costumbrismo sostiene que las palabras gastan su brillo como las monedas y que éste es el secreto de que las tabernas se llamen bares, y los bares, universidades.
–Los estudiantes se aburren de ir un año y otro año al bar, pero si de pronto el mismo local y las mismas bebidas pasan a denominarse “universidad”, se sigue yendo más alegremente, con la ilusión de que se ha cambiado de costumbre.
El calor del amor en un bar.