España, tierra de conejos
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El lunes pagué en Madrid cuatro euros por la conferencia de un amigo treintañero. En el coloquio, un oyente veinteañero preguntó al conferenciante qué carrera le aconsejaba para ser culto.
–Ninguna –le dijo mi amigo–. Yo recomiendo el autodidactismo.
El oyente contó entonces cómo le habían “escracheado” en la Complutense (ese parque temático cuya descripción ha hecho de Azúa un Gutiérrez Solana) por llevar un libro… de Marañón.
Marañón es humanista a la española, venerado por Ruano y caricaturizado por Camba, que nunca le perdonará que ayudara a traer “esta República”.
–No tiene usted derecho, Camba, a escribir esas cosas. En España se hace muy poco por la cultura, y si, lejos de estimular lo poco que se hace, nos ponemos a ridiculizarlo, entonces estamos perdidos.
Marañón es alfonsino y le monta al Rey su célebre viaje a Las Hurdes, donde les cortan el café con leche de señora. Luego (con Ortega y Ayala, porque les han quitado “El Sol”), se hace republicano y monta la peña de Intelectuales por la República, además de fundar la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Julio del 36 lo sorprende en Portugal. Regresa a Madrid. En diciembre huye a París, y redacta el famoso alegato “Liberalismo y comunismo”, donde diagnostica el complejo que origina todos los males de la derecha española:
–Lo que caracteriza a este liberal (el falso, pero, con mucho, el más numeroso) es el pánico infinito a no parecer liberal.
Uno también está por el autodidactismo, pero el de las fuentes, no el de la Wikipedia que en un desayuno lleva al ministro de Justicia a mezclar en lo de la sedición catalana “la libertad general” (?) de Rousseau con unos “concetos” de Carl Schmitt (“que ejerció diversos cargos bajo el régimen nazi”, acota, beatona y directamente desde la Wikipedia, la redactora del diario gubernamental), y le sale un gazpacho con bogavante como el que servía Zapatero en un cuenco a sus invitados a La Moncloa.
El bogavante, entero.