Hughes
Abc
Maite Zaldívar ya está en Alhaurín dándole al tinte de economato y aprendiendo inglés y España aguarda en vilo el destino penal de Isabel Pantoja (58 años). Los funcionarios de prisiones consultados por ABC, que desean el anonimato y ser llamados simplemente carceleros, como en aquella canción de Manolo Caracol, señalan el trance de la entrada como el más penoso: «En Ingresos sería cacheada, le harían esa foto que ningún preso quiere nunca que se vea y le tomarían las huellas. Luego iría a una cárcel individual a la espera de ser clasificada. Ya no hay monos de heroína, son celdas individuales, pero el peor momento es cuando oyen el cerrojazo y se quedan solas. Se las oye llorar toda la noche».
Pero no dudan de su personalidad. «Seguramente entraría en Segundo Grado y la mimarían las compañeras. Las presas la ayudarían mucho. Le van a querer hacer la pelota, hacer la cama a cambio de nada. Ella es lista y no debería hacer grandes confidencias». Existe en la cárcel la figura del «kie», el jefe de patio. «En invierno están chapados de ocho a ocho. Pero hay mucho patio. Hay personas que mandan por simple ascendiente, con o sin dinero. Ella podría ser kie si quisiera». La Pantoja podría tener otro séquito de reclusas raquelbollizadas que se pelearían por peinarla. Cuentan que en ellas salta un resorte de coquetería carcelaria. «Con su peculio y sus cien euros mensuales de economato, donde lo más caro es un biofrutas, se compran su rímel, sus cosas y se ponen estupendas para el vis a vis».
El temor es que le pasara lo que a Mario Conde. Hacerse demasiado espiritual. Intensa de más. «En la cárcel las personas se hacen más humanas, aprenden a valorar lo más pequeño. Pero hay famosos a los que se les va la cabeza y se hacen místicos».
Una tonadillera entre rejas... la imaginación se va a esa peli de Sara Montiel, «Cárcel de mujeres», donde la manchega rivalizaba con Katy Jurado. No tanto al sórdido mundo del drama carcelario como al patio almodovariano de «Tacones Lejanos».
Pero la cárcel sería como otra viudedad pantojil. Su boda, al inicio de la Transición, fue la unión de la virgen andaluza con el torero, quizás el tío más viril de España. La pérdida del hombre dio lugar a una fractura simbólica, un renacimiento musical y una Pantoja que no le cantaba tanto al amor como al agravio ( Perales la enfrentaba siempre al qué dirán, en conflicto permanente con la sociedad, conflicto que se resuelve ahora). La pérdida la endureció y en su mundo el macho se debilitó (hermano, hijo, amante Cachuli pagafantas) hasta la posibilidad de entrar en el universo enteramente femenino de la prisión.
En el momento alto de la corrupción española, podría integrar artísticamente esa pena en su copla. Su salida sería la de una tonadilla posterior a todo: al amor, a la soledad, al macho y al delito. Copla nueva de una hembra más fuerte que Chavela Vargas. Cómo serían los andares sin bata de esa Pantoja en presidio...
Recelosa, esquiva, protegida tras sus gafas de sol, ¿no fue siempre reclusa de sí misma en Cantora? «Me liaría un plajo en el tigre de mi chabolo», diría. O incluso: «A mí me enmarronó un julai llamado Julián», como si hubiera fichado por Los Chichos. ¿Quién reinaría en Cantora mientras?
Kiko Rivera ya es un trinchadiscos emancipado y Chabelita planea irse a Londres a convertirse en una it-girl de pleno derecho. Salvo que se instalara allí con toda su troupe (en esto es muy su madre) y Sema se hiciera un poco capataza de la finca, en Cantora sólo quedarían el fantasma de Paquirri (se dijo que allí moraba su espectro) y Agustín Pantoja, tito Agustín, que debería dar un paso adelante, salir de la penumbra y, transfigurado en su hermana, (pantojización divina de tanto fan sensitivo), hacerse señor de la casa. Hay chismes sobre la legendaria maledicencia de Tito Agustín. Según algunos testimonios, era el encargado de los apodos: Luis Rollán era «la rara», Patiño «la chicharra». Que son, bien mirado, motes muy de presidio: la dientes, la panto, la lunares, doña Isabel... Dicen los que saben (y lo querrían sus fans) que en la cárcel seguiría siendo dueña y señora, kie flamencona (¡dama de los peculios!). Que el talego se haría también Cantora.