Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La Historia no es un producto español, sino inglés. Por eso Inglaterra da historiadores, y España, tertulianos.
“Tertulianos” era como los españoles del XVIII llamaban a los intelectuales, que vivían de citar a Tertuliano igual que los de ahora viven de contar la guerra civil, que da para muchas frases. La última (y acaso la mejor), la de Almudena Grandes, ese epígono galdosiano:
A Nadiuska la descubrí hace unos diez años tirada como mula de Belén en un portal ciego de la calle de don Ramón de la Cruz: abandonada (tenía fama de derechas), de negro, mataba los días pintando cruces negras en el suelo, y yo pasaba por allí con mis hijos pequeños para que vieran, no el final de la guerra civil, que dice la Grandes, sino la razón de Cioran al decir que, cuando alguien se queja de que en su vida no ha tenido éxito, basta recordarle que la vida misma está en una situación igual, si no peor.
Para Cioran la historia es una masacre, y para Grandes, la churrería sevillana del Postigo, o sea, un negocio.
–Galdós es mi escritor.
De Galdós ha interiorizado Grandes el método de Juan Santiuste, personaje españolísimo que escribía la historia lógico-natural de España, no como ella fue, sino como debió haber sido.
Del síndrome Santiuste es víctima, incluso, Raúl del Pozo, que con hermoso dramatismo religioso narra los orígenes de Valls, el primer ministro francés, al que hace hijo de exiliado y mujer de la limpieza:
–¡De aquellos combatientes del éxodo desciende el primer ministro!
Pero Xavier Valls fue señorito barcelonés (en el mejor sentido del término) de cultísima elegancia d’orsiana, hijo de banquero (lo que toda la vida le envidió Tàpies a rabiar), que en el 49 (¡49!) marchó a París a pintar frutas como Cristiano Ronaldo marchó a Manchester a meter goles. Y no tuvo más drama que, siendo toda la vida un realista, entre los locos del realismo pasaba por no serlo.