martes, 3 de septiembre de 2013

Cómo sobrevivir a un spa

Spa de Toledo
(Colección Look de Té)

Jorge Bustos

Toda experiencia iniciática merece un artículo. La muerte de un ser querido, tener un hijo o firmar un contrato de trabajo en España constituyen ritos de paso tan excepcionales que en seguida estimulan el deseo de compartir su relato. El otro día, fundidos mis prejuicios por la canícula basáltica de Madrid centro, decidí afrontar uno de los pocos ritos de paso que la vida aún me reserva: completar un circuito de spa urbano.

Existen dos teorías principales para explicar el origen del término: una remite al pueblo belga de Spa, famoso por su circuito de F-1 y unos siglos antes por el sibaritismo de sus termas romanas; la otra pretende un acrónimo de la expresión latina salus per aquam (“salud a través del agua”). El caso es que el exótico préstamo ha hecho fortuna en el habla cotidiana de las parejas de clase media, que no pueden durar si no cuentan pronto a sus amigos la experiencia recreativa de estos chapuzones entre glamurosos y papanatas, tan viejos por otro lado como los acueductos romanos y los baños árabes.

Lo que más me preocupaba de acudir a un spa, aparte del dinero, era el masaje.

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