Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando Alberto Salcedo Ramos era niño no perdía su tiempo viendo a Supermán ni a Tarzán: su superhéroe era de verdad y se llamaba Pambelé.
Kid Pambelé, “el hombre que nos enseñó a ganar”.
–No es cualquier legaña de mico el que llega al Salón de la Fama –dirá, y de sí mismo, el campeón “mundialll” Kid “Pambeleeeeee”.
Cuenta Alberto que Belisario Betancur gusta de detallar una reunión de colombianos en Madrid donde el Nobel García Márquez fue recibido con un “¡Acaba de llegar el hombre más importante de Colombia!” Y que entonces el escritor, moviendo la cabeza teatralmente, como buscando a alguien en el recinto, respondió:
–¿Dónde está Pambelé?
Antonio Cervantes Reyes, Kid Pambelé, campeón mundial en el 72, 21 combates con el título en juego, protagonista de “El oro y la oscuridad”, la crónica periodística de Alberto Salcedo Ramos, mi relectura de verano, ahora que, “aislados, como los fumadores, por los nuevos jerarcas de la Civilización, los amantes del boxeo son (somos) una secta cada vez menor”.
–Mira, chamo, yo estuve en Cuba en el mismo hospital de Pambelé –declara Nelson Calzadilla–. Que me perdonen, pero yo no creo que él se arregle, porque ha metido mucho crack en esta vida. A nosotros nos dijeron allá que el crack da una enviciadera que no tiene cura.
Oyéndolo hablar durante horas, Alberto concluye que Pambelé es un hombre encandilado por su propia gloria: el fogonazo de sus recuerdos es tan vasto que no le permite ver lo que ocurre más allá, es un resplandor que lo persigue de manera obsesiva en la vigilia y en el sueño.
Pambelé es incapaz de recordar el apellido de Rosita, su primera novia, pero evoca con pelos y señales los detalles de sus veintiún peleas por el título mundial.
Lo que él busca, en su delirio, no es abusar de los demás, sino ejercer un derecho.
–Él mismo es su trofeo, y se lleva a pasear con un entusiasmo encarnizado, para que no lo olviden, caramba.
Qué grande, mi brother.