José Ramón Márquez
Y luego dicen que si las Autonomías, pero la verdad es que en todas las partes cuecen sus correspondientes habas. Esto es la leche. Si te compras un litro de leche en la ciudad de Nueva York, su fecha de caducidad se cumple en la medianoche del día cuya fecha que figura en el envase; pero ese mismo litro de leche, en Nueva Jersey, como quien dice cruzando el río, no puede ser puesto a la venta en el mismo momento que se cumpla la fecha estampada en el cartón. De esa manera se indica claramente en el envase que la caducidad de aquel producto es distinta por el simple hecho de cruzar un puente, por cruzar la bahía de Newark. El producto es el mismo de color blanco, que antes se vendía en botellas y que en el imaginario particular de los Tertulianos sirve lo mismo para puntualizar la perfección de un razonamiento que para significar la Pax Democrática, pues en la machaconamente reiterada anécdota de Churchill, una intempestiva llamada a las cinco de la madrugada es siempre, en los regímenes emanados de la urnera voluntad popular, la llamada del lechero, y nunca la de la policía política. Bien, pues esa leche blanca y en cartón -ya no hay botella que valga- puede ser motivo de denuncia contra un madrugador lechero de Nueva Jersey si se le ocurriera dejarnos a las cinco de la mañana del 4 de julio la botella que caduca el mismo 4 de julio.
Se suelen citar, hablando de ríos, las cuitas de los pescadores que están sujetos a diversas regulaciones, vedas distintas, acreditaciones y permisos diversos para poder pescar en un río dependiendo de si se van a situar en su margen derecha o en su margen izquierda, si se trata por ejemplo de un río fronterizo que separa Guadalajara de Madrid, pues se da la paradoja de que los peces, sin ellos saberlo, son protegidos de manera distinta dependiendo tal circunstancia de si la norma partió del palacio de Fuensaldaña o de la antigua DGS. Lo de la leche es mucho más delicado, como corresponde al espíritu de los Padres Fundadores norteamericanos, y revela la profunda convicción del legislador, de cualquier legislador, de que en aras del bien común debe tratar de llevar su norma siempre una micronésima más adelante. No me quiero imaginar a algún osado, como hay unos cuantos entre los que transmiten el calor de su propio cuerpo al asiento que las urnas y la Ley d'Hont les otorgaron, poniéndose a la tarea para modificar la caducidad de los alimentos e ir así creando otra nueva "seña de identidad" basada en el incuestionable hecho diferencial de la caducidad de los productos perecederos.