viernes, 18 de enero de 2013

Pep y la Escuela de Frankfurt

J. B. al aire de su vuelo alemán
(Colección Look de Té)

Jorge Bustos

Un español de nuestro tiempo normalmente emigra a Alemania tras un año en paro, pero Pep Guardiola lo hace tras un año sabático, y este privilegio ciertamente le resta españolidad más eficazmente que su publicitada voluntad de circunscripción al pequeño país del nordeste. Si Pep no es español, es porque tiene dinero bastante para tirarse un año en Nueva York pisando las huellas de otros iconos populares como Sinatra o Warhol; pero sobre todo, porque además tiene ofertas de trabajo.

Se desatan en esta hora sesudos debates futbolísticos -valga el oxímoron– sobre el acierto de la decisión guardiolana. Se dirime si este Bayern de Múnich ofrece arcilla de suficiente calidad al demiúrgico molde táctico de Guardiola. Se discute la idoneidad de Alemania para Pep, y a nadie se le ocurre sospechar de la idoneidad de Pep para Alemania. Por muy buen entrenador que aseguran que es Pep Guardiola, a uno le parece desproporcionado tomar del ronzal a un país hecho y derecho como Alemania -presidido por una mujer de firmeza masculina– y pasearlo ante Pep -que es un hombre de delicadeza femenina– del mismo modo que se pasea a un caballo dudoso en el paddock ante los apostadores, subordinando todo un Estado federal al capricho de un solo individuo, si bien hemos de convenir en la histórica propensión de los teutones al mesianismo. A uno todo esto le evoca las reservas que en Chesterton suscitaban los abusos del capitalismo yanqui:

El hombre no se pregunta como correspondería: “¿Deberían tolerar los hombres casados ser asistentes de un comercio moderno?”, sino que se pregunta: “¿Deberían casarse los asistentes de comercio?” La inmensa ilusión del materialismo se ha visto coronada por el triunfo. El esclavo no se pregunta: “¿Me merezco estas cadenas? Sino que, muy ufano, se pregunta científicamente: “¿Soy lo suficientemente bueno para estas cadenas?”

Esa del materialismo es acusación proverbial que pesa sobre el carácter catalán, mientras que el idealismo trascendental tuvo cuna alemana. En consecuencia, y desvelando mi propia opinión sobre el sensacional caso de la migración alemana de Guardiola, observo un matrimonio perfecto de identidades opuestas en donde la severidad espiritual del país de Merkel casa con el pragmatismo mujeril del esbelto Pep como casan el hambre y un cocido, la lujuria y el burdel, el paro y la nómina.

Además de todo esto, el de Sampedor tendrá allí a mano a mi tocayo Jürgen Habermas –no confundir con Jürgen Klinsmann–, el último epígono de la Escuela de Frankfurt que postula la recuperación del proyecto ilustrado. Ya estoy viendo a Pep y a Jürgen, hundidos en sillones de oreja, señalando las fallas del programa kantiano en un vibrante diálogo patrocinado por Deutsche Bank.