Hughes
A todos esos que se quejan amargamente de Ryanair yo les preguntaría: ¿Cómo vamos a volar con nuestros sueldos? Entre O’Leary y lo de Ícaro, francamente, yo me quedo con O’Leary. En el colegio eran tan pocos los niños que habían subido en avión que les mirábamos como a Principitos. En avión subían los ricos, los ejecutivos y el Madrid en Copa de Europa. Con el low cost se ha democratizado el volar, pero no es suficiente, porque a la peña le parece poco cruzar España por cinco euros y parece que encima le deben colocar a Emmanuelle en el avión. Se funciona con un raro esnobismo al volar, como si la nave fuera una placenta. La gente se reconcentra, se pone muy celosa de su espacio, se masajea las sienes, entra en trance, se pone a Bach en el ipod y a leer lo que no lee en tierra. Claro, llega la aeromoza a vender un algo y se enajenan. Ryanair es genial por trasladar a lo celeste la posibilidad comercial, porque el avión es parte del mundo y por permitir la magia capitalista de pagar por algo menos de lo que vale. Una vez leí a Philip Roth defender el Burger King como algo cómodo, limpio y barato. Ryanair no es exactamente cómoda, pero es la hamburguesa del aire. La aviación dadá, con el encanto difícil de la baratija, sustituye al viajero romántico y pedante por el viajero real: un bulto sospechoso.
En La Gaceta