Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Si Miljan Miljanic fue nuestro titismo, Fraga Iribarne sería nuestro enciclopedismo, cuando la erudición era abrevadero de bestias, como dijo, faltón, Tierno a Fraga en una discusión constitucional.
El Espasa del Estado era Fraga.
Sepultado en obituarios de lata (esas campanillas de las mulillas que toca nuestro periodismo), Fraga clausura el cultismo del diecinueve en el veintiuno, que es el siglo del analfabetismo funcional, cuyos loritos repican mediáticamente las jitanjáforas oficiales de la Santa Transición.
Fraga y Carrillo, Fraga y Carrillo, Fraga y Carrillo.
¿Qué tienen en común el empollón de Fraga, que enseñó a escribir a su padre don Manuel, con el bruto de Carrillo, que renegó de su padre don Wenceslao: “Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin… Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género”?
A Pemán le conmovía la claridad animada con que Fraga se confesaba “montero” de anteayer y “monárquico” de la víspera.
¿De dónde sacaba la energía aquel trueno al que Franco llamaba Fraga, si hablaba de él, pero Iribarne, si discutía con él?
De su menú para perder peso: un consomé y un plato de apios y escarolas.
–Es una trampa que no debiéramos consentir –decía Pemán–, esto de que la ley de Prensa la haga un gordo y luego la esté administrando un flaco.
(...)
Antes que fundador de “El País”, Fraga era gallego: uno de los tres gallegos (con Antonio Suances y Pedrolo Nieto) “con derecho a guiño” con el general.
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Abc
Si Miljan Miljanic fue nuestro titismo, Fraga Iribarne sería nuestro enciclopedismo, cuando la erudición era abrevadero de bestias, como dijo, faltón, Tierno a Fraga en una discusión constitucional.
El Espasa del Estado era Fraga.
Sepultado en obituarios de lata (esas campanillas de las mulillas que toca nuestro periodismo), Fraga clausura el cultismo del diecinueve en el veintiuno, que es el siglo del analfabetismo funcional, cuyos loritos repican mediáticamente las jitanjáforas oficiales de la Santa Transición.
Fraga y Carrillo, Fraga y Carrillo, Fraga y Carrillo.
¿Qué tienen en común el empollón de Fraga, que enseñó a escribir a su padre don Manuel, con el bruto de Carrillo, que renegó de su padre don Wenceslao: “Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin… Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género”?
A Pemán le conmovía la claridad animada con que Fraga se confesaba “montero” de anteayer y “monárquico” de la víspera.
¿De dónde sacaba la energía aquel trueno al que Franco llamaba Fraga, si hablaba de él, pero Iribarne, si discutía con él?
De su menú para perder peso: un consomé y un plato de apios y escarolas.
–Es una trampa que no debiéramos consentir –decía Pemán–, esto de que la ley de Prensa la haga un gordo y luego la esté administrando un flaco.
(...)
Antes que fundador de “El País”, Fraga era gallego: uno de los tres gallegos (con Antonio Suances y Pedrolo Nieto) “con derecho a guiño” con el general.
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