En esta decadencia sin vuelta de la tauromaquia, la verónica gitana de Paula es como el caballo blanco de Santiago: un caballo blanco bajó en la batalla de Clavijo, y no transigimos, por consejo de Maeztu, ni con que fuera tordo el caballo.
Veré, pues, la verónica de Paula. Y su fantasía madrileña con “Corchero”, el sobrero de Benavides en el otoño del 87. Y su posado, entonces, para Alberto García-Álix con destino al “Gente y aparte” de ABC. Y, desde luego, ese porte matusalénico, hermoso como una página del Génesis, de anoche en los jardines de ABC, toda su vida en dos rodillas de alambre, temblando de frágil (la fragilidad es la fuerza del toreo paulino) a la vista de don Eduardo Miura y el conde de la Maza, cuyos nombres aterrorizan al moderno escalafón, y, sin embargo, ahí va Rafael de Paula, pasito a pasito, pisando la dudosa luz de las bombillas, hasta llegar a la mesa del Faraón de Camas, Curro Romero.
Junio, 2012
