viernes, 14 de noviembre de 2025

Carne de gallina


Bertrand Russell


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Estamos en manos del destino, me despide mi portero, de una generación clásica. El destino, desde luego, es un invento griego, que los anglos han sustituido por el juego de la gallina: por una carretera recta, dividida por una raya blanca, se lanzan dos autos, uno contra el otro, desde los extremos; ambos mantendrán uno de sus lados sobre la raya blanca, y si uno de los dos se aparta antes que el otro de la línea, el competidor le grita al pasar: “¡Gallina!” El espíritu de este juego lo resumió con su risa/sorna de pájaro carpintero Bertrand Russell: “Este juego se considera decadente e inmoral porque lo juegan los jóvenes plutócratas, que sólo arriesgan sus vidas. Pero cuando lo practican estadistas eminentes que arriesgan las vidas de los demás, se juzga por ambos bandos que cada uno de ellos está dando pruebas de sabiduría”. Que es donde estamos ahora, lo que en palabras de un chungón pone no sólo la carne de gallina y los pelos de punta, sino la gallina de carne y la punta de pelos.


En América lo juega Trump, pero a los neocones de Wall Street todavía se les hace poco, y al presidente lo llaman TACO (acrónimo de “Trump Always Chickens Out”), mientras Inglaterra, que no sabe que perdió su imperio, sigue jugando a la gallina como si estuviéramos en 1927, cuando Churchill podía visitar Roma y declarar que el fascismo italiano había proporcionado el “antídoto necesario contra el virus ruso”, y luego, recuerda Nicholson Baker, la Royal Air Force ensayaba bombardeos volando al son de una canción titulada “Chick, Chick, Chick, Chicken”: cuando el cantante pronunciaba las palabras “Pon un huevecillo para mí”, los aviones soltaban su bomba. Cien años después, Medvedev, gallo de veleta, en X: “Nadie sabe a qué se refería Trump con ‘pruebas nucleares’ (probablemente ni él mismo lo sepa). Pero es el presidente de Estados Unidos. Y las consecuencias de tales palabras son inevitables”, etcétera.


Ante el aterrador espectáculo, el “hen party” de Bruselas ha decidido levantar un muro antidrones (?), que sólo en comisiones debe de ser un dinero, razón por la cual convivimos en la calle con la izquierda más belicista que se recuerda, y en las instituciones, con la burocracia más bioleninista que cabe. En palabras de Spandrell, su descubridor: el leninismo es, fundamentalmente, una forma particular de contratar personas para tu organización, y el bioleninismo, una variante de eso. La gente mata por estatus, no por felicidad. ¿Cómo funciona? “Si eres rey, ¿a quién quieres como ministro? ¿El duque de Orleans, que tiene más dinero que tú y un derecho plausible al trono, si (Dios no lo quiera) te sucediera algo? Demonios, no, quieres un tipo que siga tus órdenes, alguien confiablemente leal ¿Y quién va a seguir tus órdenes? Alguien que no tiene mejores opciones que seguir tus órdenes. Es bastante simple.”


Y en España la tertulianía loca porque en Nueva York Soros ha sentado a su sota de oros en la Alcaldía.


[Viernes, 7 de Noviembre]