Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Existe un tipo en la vida y raza española que vive sentado y otro que vive tumbado. Fuera de la cama, de la que tiene una cultura y experiencia que otros no alcanzan, el tumbista no hace, según Ruano, sino insistir en todo lo posible sobre aquello que ha llegado a ser en él una actitud natural y una consecuencia del espíritu, y en todas partes continúa tumbado, dando a su cuerpo toda la inclinación que la vida en sociedad le permite con un margen de tolerancia que en España es bastante amplio. Este tipo de tumbista, decía Ruano, suele propender a largas meditaciones, a la contemplación lírica y al mismo tiempo un poco desdeñosa de la vida; es siempre un aventurero de la imaginación y, con frecuencia, el personaje de un mundo fabuloso de humo, desde el cual se entrega a menudo con maestría a la dialéctica de los divanes de café o de los butacones del casino. Tumbado se piensa con una sutileza entre perezosa y poética, entre cínica y ausente, que corresponde a quien ve las cosas con una desviación del punto de vista vertical.
–El tumbista es un tipo latino, que cuando se da entre los sajones pierde gracia de calorías, se destiñe y desangela, produciendo, por ejemplo, el tonto de club, muy frecuente en Inglaterra.
Parece ser que el otro día el viejo Bosé fue a tumbarse a una radio para decir que esta derecha –vamos a suponer que el tumbista pensaba en la de Rajoy, registrador de la propiedad, no en la de su padre, torero de poder– quiere dinamitar la democracia desde dentro, que es una cosa que no viene en el Touchard, es decir, que se le ha ocurrido a él solo. Y los taxistas –sobaco al viento de los ventanillos, sin derecho a aire acondicionado– te lo contaban alarmados: “Parece ser que la derecha está preparando otro golpe.” “¡?!” “No, que no lo dice uno, que lo ha dicho el Bosé.” Las opiniones políticas del viejo Bosé deben de tener el mismo peso intelectual que las opiniones musicales de Rodríguez, el de la Moncloa, no ya sobre “El Cantar de los Nibelungos”, sino sobre los coros de “Bandido” o el do de pecho de Pablo Alfaro. Si nos ocupamos de él, es porque se trata del último pregonero, y eso obliga.
