miércoles, 26 de noviembre de 2025

Bilardismo


Mario Gas


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Tristeando como un indio vestido de Peter Lorre, Mihura ha cumplido cien años. “¿Y qué?”, contestan en el Ayuntamiento y en la Comunidad. En la Comunidad, porque el teatro se les escapa. En el Ayuntamiento, porque el teatro lo tienen bien atado Alicia Moreno y Mario Gas, el tío que hizo las obras de El Escorial en el Español nada más que para que la gente, al salirse en mitad de las representaciones que organiza, no haga ruido. Por cierto, que de un perro dibujado por Mihura sacó Mariscal su Cobi: quiero decir que el Cobi de Mariscal es igual que el perro de Mihura, sólo que con menos gracia. Bueno, pues ni así. No pregunte usted por Mihura en la Comunidad, porque lo remitirán a la finca de Zahariche en Lora del Río (Sevilla). Y tampoco pregunte usted por Mihura en el Ayuntamiento, porque Alicia Moreno le contestará que ella no se ocupa de los toros, uf, qué asco. Casi mejor que Mihura se quede donde está: el ostracismo, tiene dicho Alain de Benoist, es hoy la única forma de ser libre. Y contra el ostracismo, el bilardismo. El hombre de Bilardo en la politiquilla doméstica es Rubalcaba. “¡Cómo pude estar ahí dentro!”, suspira Tamayo cada vez que lo ve. La gente lo mira como al Darwin de la pegatina de Anís del Mono, pero Darwin no jugaba sucio, y Rubalcaba, sí. Es la trampa y el cartón. Después de haberlo visto a él roto en singultos ante la representación de la dolorosa Pilar Manjón en la Comisión del Congreso, va y llama caradura a un señor que viene de enterrar al hijo de un amigo. Coño, eso es la política. Pero ¿qué haría cualquier señor en un caso así? Toda Francia se conmovió en su día ante el incidente del actor Jean Marais, que, en uno de los principales teatros de París, le sacó la lengua a una espectadora que permanecía con los brazos cruzados mientras los otros espectadores aplaudían. Casi al mismo tiempo, en Italia, el tenor Corelli, más exaltado que el actor francés, saltó del escenario y abofeteó a un espectador. Este espectador no silbaba ni se cruzaba de brazos. De hecho, aplaudía. Pero aplaudía –y con ostentoso exclusivismo, a juicio de Corelli– a la tiple, señora Barbieri.