Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la España zapateril, que es decir mágica, los cómicos, disfrazados de pastores de villancico, salen de sus cabañas y cantan esas cosas suyas, tan bonitas: “Madre, en la puerta hay un niño / más hermoso que el sol bello / diciendo que tiene frío.” De la madre, que uno se figura con sus zapatos Manolo Blahnik y el vestido merino claro que madame Bovary llevaba para los “rendez-vous”, los cantores esperan que conteste: “Pues dile que entre y se calentará.” Estamos hablando de la Casa de las Siete Chimeneas.
En la Casa de las Siete Chimeneas, pero en otra reencarnación, Daja Tarto fue testigo de una orgía tremenda que acabó como el Rosario de la Aurora. Ahora esa casa es sede de la cultura ministerial, es decir, del niño que tiene frío. “La cultura pasa frío en el mercado”, ha declarado la ministra Carmen Calvo, que mece a su bebé sobre sus rodillas con un acompañamiento particular de “link-a-toodle-ladle-idle-oodle”, cuyo curioso sonido –¿Joyce, quizás?– sorprende al bebé, que mira con los ojos muy abiertos, sin saber si le suben o bajan el IVA.
Calvo viene de Cabra, proveedora de mármoles, como el de Solís Ruiz, un ministro que, por rizar el riso –ese riso que define a Zapatero–, suprimió el latín. “A ver, ¿para qué sirve el latín?”, preguntó Solís a su marmolista. Y éste le respondió: “Para que los de Cabra se llamen egabrenses.”
En la política, como en el toreo, es modesto quien no puede ser otra cosa. Zapatero es modesto, pero Calvo, no. Ella quiere presidir otro Siglo de Oro. Un Siglo de Oro con muchos mármoles: la Mujer, la Excepción, Cervantes, el Libro, el Cine y, por supuesto, María Zambrano. Un Siglo de Oro, en fin, bastante egabrense. De ahí el comentario de la ministra al tomar su cartera: “¡Cómo pesa! Parece hecha para un hombre!” Y es que, con tanto mármol, mucha gente se pregunta si no habría sido mejor Caldera para el cargo.
Decía un cronista antiguo que hay algo que aproxima a esas dos mitades, mujer y hombre, hasta confundir sus caracteres: el mando. Que en el mando no hay un carácter femenino y otro masculino, sino una sola modalidad peculiar del poder: “La capacidad de ordenar hace iguales las almas.” Sin embargo, el primer mármol de Calvo será el de la Mujer o no será. De “lo muliebre”, para decirlo a lo Gracián. Y el segundo, el de la Excepción.
La Excepción es una cosa que nos viene de Francia, como Bosé, que se pasó el exilio en las rodillas de Picasso. Y lo excepcional de Francia es que, albergando más razas y hablando más lenguas que nosotros, su unidad nacional no se discute. En España, sobre el asunto de nuestra excepcionalidad, Zapatero ha declarado: “Tenemos que abrir un diálogo.” Los diálogos hacen que nos demos de bruces en el mármol de Cervantes, y Cervantes, en el del Libro. “¡Pensar que luchamos contra una gente que ha leído un solo libro!”, es una angustia muy de Alcántara. El mármol del Libro precede al del Cine, o libro de quienes no leen libros, como, por ejemplo, los actores, que ahora, con la libertad de expresión, podrán adentrarse en un territorio inexplorado: la guerra civil.
Hechas las salvedades de devoción y de respeto que todas las personas inteligentes y todas las que no lo son formulan siempre que aparece la palabra “libro”, llegamos al mármol de María Zambrano. Aunque ella se confesaba creyente y católica, su nombre empieza con zeta, y esto, en la España de Zapatero, es lo único que hace falta para convertirse en el “icono emblemático” del régimen. Los ministros ya están leyendo “Los bienaventurados”. Caldera también.
