Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Simancas quiere pillar el presupuesto de la Comunidad para invitar a todo el mundo. Por ejemplo, a transporte para viejos y viejas y para jóvenes y jóvenas. Lo que pasa es que eso, salvo el poeta Benjamín Prado, que piensa lo mismo que Simancas, sólo que después, no se lo cree nadie. Entonces Simancas se enfurruña y grita más fuerte que sí, que metrobús de balde para viejos y viejas y para jóvenes y jóvenas, y que la pasta la va a sacar del impuesto de sucesiones, que es un impuesto que sólo afecta a los marqueses y a las marquesas, como piensan primero Simancas, y después, el poeta Benjamín Prado. Mas, a pesar de los gritos, sigue sin creerle nadie. Los viejos y las viejas, porque son viejos y viejas, y no se les traspinta un chufla. Y los jóvenes y jóvenas, porque son jóvenes y jóvenas, y si ese tío no pagó a Tamayo, menos les va a pagar a ellos y a ellas. Es el momento en que Simancas se ve obligado a tirar de los gags que le escribe su gagman para situaciones desesperadas, y cuenta que de chico era muy bailón, y que bailaba en la escuela, en el teatro y hasta en la discoteca. ¿Y en misa no bailaba? No, en misa no bailaba. Pero los bailes en la escuela y en el teatro, más los paseos por la sierra madrileña, completaron la sólida formación krausista de un tipo que parecía destinado a chota guerrista de por vida y al que las leyes del progreso lo han colocado al pie de un cargo desde el que poder derrotar de una vez al funesto sino ascético que la Derecha reserva para estos campeones de los pobres a quienes repugna la pobreza. De un artículo de Araquistáin, no en defensa de las clases trabajadoras, sino en justificación de los altos sueldos que percibían sus dirigentes políticos: “Al hombre le repugna la pobreza, que oprime su personalidad y la de los suyos, como lo prueba el fracaso de todas las doctrinas ascéticas. Para alcanzar su plenitud, la vida exige un mínimo de comodidades materiales y espirituales, y todo el mundo tiene no sólo el derecho, sino el deber de lograrlas. Cada época y cada sociedad se rigen por un “standard” o tipo medio de vida, al cual no es lícito renunciar sin comprometer la salud de la especie o el destino personal.”
