sábado, 18 de octubre de 2025

Derridadaísmo catalán


Jacques Derrida


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Estaba escrito: “La evolución del sentimiento nacionalista en Cataluña ha llegado a tal punto que los castellanos deben renunciar a discutir teóricamente nuestras reivindicaciones y nuestra convicción”:


No nos van a convencer.


Así lo dejó dicho el inefable –en el nacionalismo, un asunto de fe, todo es inefable– Rovira y Virgili, quien para concluir su convincente exposición del catalanismo todavía dijo más. Dijo que constituye un crimen de lesa libertad, de lesa cultura y de lesa humanidad contrariar al grande Movimiento Nacional: “Si nuestro ideal se hundiera, si nuestra fe se desvaneciera, una inmensa postración se apoderaría del pueblo catalán, y sobre todo de la intelectualidad catalana.”


Ahí es nada. ¡La intelectualidad catalana! Ahora, gracias al tesón de tejoneros de pelo duro como Girauta y García Domínguez en la vigilancia de esa intelectualidad, nos hemos enterado de que lo que el honorable Maragall persigue en Cataluña con sus socios –y los hermanos de los socios– es nada menos que la “deconstrucción” derridiana de España. Con dos cojones.


Primero fue Ferrán Adriá, que acometió la “deconstrucción” de la tortilla española. Luego, Laporta, que prosigue, el hombre, con la “deconstrucción” culé de la Liga española. Y ahora, Maragall, que se ha impuesto nada menos que la “deconstrucción” de la Constitución española. Vamos, que, con dos tardes de Derrida y un cartón de vino, Maragall le ha hecho el programa socialista a Zapatero. “El nombre de mi programa es Educación, y su apellido, Cultura”, dicen que va diciendo por ahí ese pobre hombre. ¿Es o no es esto “derridadaísmo”?


El “derridadaísmo”, que es una forma de destrozar la argumentación derridiana de que el lenguaje es la madre del cordero, se lo han vendido a Zapatero en Barcelona. Y no debe de ser fácil pasar en dos tardes de Borges –para Zapatero, hasta ayer, el único filósofo– a Derrida. ¡Pues menudo es Derrida! Y todo gracias a una palabra: “deconstrucción”. ¿Qué sería de Derrida sin la “deconstrucción”? Rorty ha denunciado el vocerío continuo en torno a Derrida, provocado por gente que no le ha leído. ¿Ha leído Maragall a Derrida, el Wittgenstein francés? ¿En francés, en español o en catalán? Porque eso de la “deconstrucción”, que es un demonio heideggeriano, tiene mala traducción y peor entendimiento. ¿Quién entiende lo que dice Maragall? Los “deconstruccionistas” suponen que la Modernidad –que España, en el caso de Maragall– es una estación-término; que, una vez en ella, hay que volver hacia atrás, para disolver las capas encubridoras de una tradición endurecida; que ese camino constituye el camino de regreso destructor de la historia de la ontología, etcétera. Dice Derrida: “Sólo sobre la base de la ‘différence’ y su ‘historia’ podemos conocer supuestamente quiénes somos y dónde estamos ‘nosotros’.” Y dice Maragall: “¡Ah, recón! No es el mundo lo que debemos tratar de comprender, sino sólo frases.”


¿Qué mejor frase que la de Derrida para un “progre” viejo que para mandar tiene que echárselas de nacionalista? Tú dices que hay que “deconstruir” España porque lo ha dicho Rovira, “el polític més trempat de Catalunya”, y hasta Zapatero te manda a hacer puñetas. Dices, en cambio, que lo ha dicho Derrida, y la gente de progreso se pone babero para escucharte. Eso ha hecho Maragall, el “aví” del socialismo catalán –el movimiento que llevó a Sabino Arana al callejero barcelonés–, un fanático del poder, un ejemplo de lo que Derrida, precisamente, denomina –de la contracción logocentrismo/falocentrismo– “falogocentrismo”. No se les discuta a los “falogocentristas”, que nadie los va a convencer. El palabrerío ha sustituido a la razón. Tienen la Moral y los Buenos Sentimientos. “Tenemos la Educación y la Cultura.” Ahora que el marxismo ya no parece plausible ni siquiera en París (Rorty), va el “derridadaísmo” y fija su sede en Barcelona.