Abc
En América, todos los medios que en agosto no tenían un becario para cubrir el asesinato de la joven ucraniana Iryna Zarutska a manos de un ser de luz de la Justicia DEI (Rawls pasado por “speed”) lanzan en septiembre a sus editorialistas a la conquista moral del relato ante sus audiencias de peces muertos que la corriente arrastra, y aquí quisiera ver uno al pobre Kierkegaard, tan preocupado por la salud espiritual de los lectores de periódicos, que él tenía por cultura de lo trivial, destructiva del “Geist” y de la seriedad: “Nuestra época -escribió- grita constantemente, y esto es un problema político, religioso”.
Desde Aretino, el periodismo ha sido la rama del poder encargada de hacer que todo parezca un accidente. Para objetivistas de “boudoir”: “¿Cree usted que si esto fuera una oficina de cuenta y razón valdría la pena de que nos llamáramos periodistas?”, dijo a un redactor el fundador de nuestra cabecera.
Estamos donde Napoleón nos dejó, cuando los diarios franceses fueron sometidos a la censura más rigurosa, “pero también a la más ingeniosa”, aclara Madame de Staël, pues no se imponía el silencio a una nación a la que le encanta hacer frases, sino que se estableció una tiranía locuaz: los diarios repetían lo mismo todos lo días sin que estuviera permitido contradecirles. Para Madame, la debilidad de espíritu y de carácter era la causa de este servilismo, “pero hay también en los hombres una cierta necesidad de dar la razón a la suerte, sea la que fuere, como si fuera una manera de vivir en paz con ella”.
La “izquierda liberasta” que domina los medios y el lenguaje quiere convertir la tragedia de Iryna Zarutska en un “remake” posmoderno de la comedia “Primera Plana”, de Ben Hecht y Charles MacArthur, llevada al cine por Howard Hawks y Billy Wilder. “Liberasta”, surgido en Rusia, es el término que, para Erriguel, que lo ha estudiado, mejor captura la esencia del fenómeno que representa la “izquierda posmoderna”, mucho más liberal que marxista, pues evoca ese sentido radicalizado (nihilismo) que el liberalismo adquiere al fundirse con la ideología posmoderna. Los liberastas, en resumen, son la ideología progresista en su fase terminal; la izquierda posmoderna en su peor faceta: la de “tontos útiles” del neoliberalismo.
--La izquierda liberasta es un florilegio de contradicciones irresolubles, de aberraciones lógicas y de necedades políticas, pero le da igual, porque para ella todo se resuelve en “juegos de lenguaje”.
El lenguaje es el instrumento de una sociedad de control, que comienza por el uso de las palabras. Recogidas por Erriguel: palabras-trampa (con sentido reasignado, como “tolerancia”, “diversidad”, “inclusión”), palabras-fetiche (“inmigrante”, “activista”, “indignado”), idiolectos universitarios con pretensiones científicas (“interseccionalidad”, “cisgénero”), palabras-policía (las “blanket words” de Orwell)… Su objetivo es determinar los límites de lo pensable.
[Viernes, 12 de Septiembre]