sábado, 20 de septiembre de 2025

Apocalypto


Ingrid Bergman


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Al hilo de ese “Apocalypto” de bolsillo en Alcorcón, conviene hacerse algunas composiciones de lugar. La primera es que, si uno, con perfil caucásico, quiere ser víctima de las de consideración social, debe escoger muy bien con quién choca en la calle. No se puede chocar con la policía: la policía representa la autoridad y, ante eso, uno lo tiene todo perdido. No se puede chocar con un amarillo: lo normal es que el amarillo sepa “kung-fu” y te enrede. No se puede chocar con un negro: la peña bienpensante y subvencionada caerá sobre ti con la acusación de racismo. No se puede chocar con un hispano: esa misma peña bienpensante y subvencionada volverá a caer sobre ti con la acusación de xenofobia. No se puede chocar con un etarra: la mafia de la paz te arrojará del sistema por fascista. Y si uno tiene la mala pata de chocar, por ejemplo, con un atracador callejero, para merecer alguna consideración social como víctima en el Estado de Derecho Español debe de tener, además de todos los papeles en regla, la suerte de que concurran en su caso dos circunstancias: militar en alguna organización de progreso con certificado de asistencia a la última manifestación por la paz, una, y la otra, que el atracador sea un rubiales, señoritingo, preferiblemente afincado en el barrio de Salamanca y con un carné del PP al corriente de pago. Cumplidos tales requisitos, la víctima, a la que se le recomienda ser pobre –comprobable mediante declaración de la renta– y voluntario en algún tinglado de la industria de la caridad comercial, gozará de todo el apoyo emocional de la sociedad. Téngase esto en cuenta a la hora de salir a la calle y dejarse atracar. El resto corre por cuenta de los políticos. “¿Sí? ¿Y qué dice Sebastián?” Sebastián dice que hay que deportar a los inmigrantes que delincan. ¿Deportación? ¡Ufff! No veo a Ingrid Bergman ofreciéndose a Bogart en el bar para obtener los visados de Sebastián para salvar a Laszlo. El “glamour” municipal –léase demagogia– de Sebastián no es de Casablanca, sino de la Dehesa de la Villa, y es la propia de un hombre que está buscando su yo. “¡Yo también soy un yo!”, salió gritando el poeta John Paul el día que se lo descubrió.