Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Para Leguina, una de las mayores perversiones creadas en España son los aparatos de los partidos, y pone el ejemplo de Gómez, líder del Nuevo Socialismo (nombre, por cierto, arrebatado a Tamayo, el del “tamayazo”), a quien Simancas y compañía ya andarían, según Leguina, poniéndolo en aprietos. ¿Por qué? “Porque no se van.” ¿Por qué no se van? “Porque no tienen a dónde.” Uno siempre ha barruntado que los éxitos de la derecha en Madrid se deben a que no tiene oposición. Pero esa oposición existe y, de creer a Leguina, está en el aparato. ¡Menudo aparato, el socialista, si fuera verdad lo que dice Leguina! En los lomos de ese aparato deben de caber más palomos que en los del aparato de John Holmes. ¿Y qué hace tanto palomo a lomos de un aparato? Defender su cocido. “¡A mí que no me toquen el cocido!” En la última campaña electoral, Simancas anunció que, de perder, se iría de profesor a la Universidad, lo que impulsó a los madrileños con parientes universitarios, que son todos, a votar a Aguirre. ¿Qué perseguía Simancas con su anuncio? Allanar el triunfo de Aguirre, que también tiene su aparato, destinado, en este caso, a frenar al galgo de Gallardón, el único peligro verdadero para Rodríguez, ese hombre a un aparato pegado que gobierna a España. El premio de Simancas por su derrota es un escaño con el dorsal de Robinho en el Congreso. Que Simancas pueda ser diputado, pero Gallardón, no, es la prueba de que España no es una democracia, sino una partitocracia, y su secreto, los aparatos. ¡Pobre Gómez, obligado a tirar de aparato para vender, en plan Manolo Morán, esa mercancía averiada del Nuevo Socialismo! El despliegue en son macarra de milicianos –la berrea del miliciano, que diría Elmer Gruñón– anticipa la primavera frentepopulista anunciada para el 9 de marzo. Pero esa foto de Gómez dando el mitin a los desfavorecidos desde el coche de los guardias de Parla deberían incluirla en los libros de Educación para la Ciudadanía junto al celebérrimo texto de Bertrand Russell sobre el concepto de libertad en Hegel, que no consistiría sino en el derecho a obedecer a la policía. Eso decía Russell, y luego se reía con su risa de pájaro carpintero.
