Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La obra era mala, y al final Camba no quiso aplaudir. “Es usted un mal gallego”, le dijo el vecino del otro lado. “No. Es que la obra es mala”, repuso. Y concluyó: “Ya lo saben los currinches que quieran tener éxito. Escriban en gallego.” El gallego, según el propio Camba, es un idioma dulce, armonioso y abundante en vocales, que no sirve para la vida ni para la literatura. En gallego, decía, se pueden hacer algunas poesías –Rosalía las hizo maravillosas–, comprar algunos pescados y hablarles a las gallinas, a los pájaros y a las muchachas de aldea. Pero, ¿cómo va a tener nadie la pretensión, no ya de escribir una obra filosófica, sino de hacer en gallego un artículo político o una crónica periodística? Camba llevaba razón: el gallego no sirve para la literatura, y la prueba son Manuel Rivas y Suso de Toro, cuyos artículos políticos han caído en manos de un tal Ancho Quintana que habla de una deuda histórica de muchos miles de millones de duros y de anexionarse todos aquellos lugares que tengan “características culturales” semejantes a las gallegas, y, si ancha era Castilla, más Ancho se queda Quintana, con eso de que “le” somos una nación, ¿sabe? Porque una de las cosas más simpáticas de la sintaxis gallega es, según Camba, ésta de dedicárselo todo al interlocutor. “Le estuve muy malita, pero ahora ya le estoy buena.” Luego, en las rías bajas, hay un giro que a Camba le hacía mucha gracia y que se presta a muchos equívocos: ¿Y luego? Se dice “¿Y luego?” como en Madrid se dice “¿Entonces?” o “¿De modo que?” Un amigo de Camba vino una vez a Madrid y entró por equivocación en una lechería a pedir un bock de cerveza. “¿Puede usted darme un bock?” “No, señor. No tenemos.” “¿Y luego?” “Luego, tampoco.” Yo creo que este Ancho Quintana se ha instalado en la vicepresidencia gallega como en un curato –laico, válgame Dios– y de ahí ese Estatuto que le va a permitir, tal como está redactado, anexionarse, de entrada, el Centro Gallego de Madrid. ¿Y luego? Todos aquellos mesones de la capital cuyos parroquianos acostumbran matar la morriña masticando, cual lucia vaca que rumia, pulpo con aceite y pimentón. “Le somos una nación, ¿sabe?”
