Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La corrupción es el factor de gobierno del Consenso, el “que con tanto trabajo nos dimos todos” en el 78. ¿Por qué? Nos lo revela el ministro de la Renfe, un filósofo pontífice, pues los filósofos contemporáneos, al decir de sir Alfred J. Ayer, pueden dividirse en dos clases: los “pontífices” y los “artesanos”, por razón no de su opinión, sino de su actitud. Así, el filósofo artesano es Wittgenstein, y el filósofo pontífice, Hegel, a cuyo nombre hay que arrimar ahora el del ministro pucelano Puente, que ha encontrado para la corrupción una fórmula tan genial como la que el vienés Otto Bauer, correligionario suyo, inventó para el “derecho de autodeterminación”:
–Mientras la estupidez y la codicia existan, habrá corrupción.
De la estupidez de los que estaban, unida a la codicia de los que llegaban, surgió el Consenso’78 en un país donde, apenas medio siglo antes, el dictador Primo de Rivera había tenido que sacar una nota para todos los españoles rompiendo su noviazgo con una señorita de Madrid porque ésta había jugado a la Bolsa y podía pensarse que lo había hecho con más datos que cualquier otra señorita que no estuviera a punto de casarse con el jefe del Gobierno. ¿Cómo pasó España de los escrúpulos nupciales de Primo de Rivera a la franqueza tuitera de Puente, nuestro “homme locomotif”, que como buen brahmán del Consenso tiene compasión por el tigre que lo devora: la estupidez? (Con la codicia del español –el buen europeo–, en cambio, pasaría un poco como con la codicia de los indios –los buenos salvajes– de Colón: la facilidad con que se desprendían de chucherías de oro hizo pensar al almirante que la ignoraban).
En su “Análisis espectral de la estupidez”, trae a colación Sloterdijk la figura del psicoanalista Ernst Weiss, que habla, “apoyándose en Nietzsche”, de una “voluntad de noche” entendida como una tendencia general regresiva (“de apagar la luz, de tumbarse, de estupidez”).
–A los ojos de los tontos, Dios también lo es. El pueblo quiere un dios tonto. Un dios que entendiera la química o la teoría de la relatividad no le gustaría. Lutero decía: “Deus stultissimus”. La frase podría ser de Hitler, si éste hubiera sabido latín.
En Weiss ve Sloterdijk una especie de eco de Charles Richet, Nobel de medicina, que cambió el “Homo sapiens” del sistema linneano por su “Homo stultus”: un mono, decía, puede aprender a jugar al críquet como los ingleses, pero el hombre (hablaba sobre los escombros de la primera guerra mundial) no comprende que la paz es preferible a la guerra. ¡La estupidez cardinal de la guerra!
–La guerra no me parece tan importante por los muertos y las ruinas. Los recién nacidos suplen a los muertos y las ruinas serán reconstruidas por ellos. Pero hay una horrible realidad que ya no se podrá apagar por nada en la eternidad de los tiempos: el luto.
Richet piensa en los supervivientes y se siente humillado de pertenecer a esta especie vulgar de hombre.
[Martes, 15 de Julio]
