Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ayer, de madrugada, chispeaba en Madrid, pero, al alba, el sol volvía a lucir como en agosto. La gotera no dio ni para un cocido de esos que le ponen a Caldera los Verdasco. Los pultifagónides –devoradores de garbanzos al estilo Plauto– deambulan por las calles madrileñas como náufragos de un mar desecado. “La del mar es la única agua que no se seca nunca”, ha declarado la ministra culta del Gobierno, que se ocupa del Medio Ambiente. Naturalmente, es mujer laica y con ninguna pinta de haber leído el Apocalipsis de Juan, donde se dice de una manera que no deja lugar a la duda que, tras la venida del Mesías, hasta el mar se secará. Para estos laicos que nos gobiernan, el mesías, desde luego, es Zapatero, con lo cual, ¿qué les cuesta decir que la sequía que padecemos ya estaba escrita en tiempos de Aznar? Les puede, sin embargo, la cursilería, y prefieren decir que la causa de que no llueva la tiene una cosa que ellos llaman Cambio Climático, Calentamiento del Planeta y Palo de Jockey: dicen Palo de Jockey porque ésa sería la forma del gráfico de las temperaturas de los últimos miles de años, según unos Premios Nobel reunidos en una fiesta “hippy” en casa del padre de Kojo Annan. En efecto, si uno toma Ritalin y pone el ojo en el puntero que sostienen los Annan verá un gráfico en forma de palo de jockey que prueba que en el último verano, y por culpa de Bush, que se niega a apagar sus chimeneas, el planeta se ha calentado de tal modo que ha producido la quema de un rastrojo en Guadalajara, el derribo de un helicóptero en Afganistán y la inundación de un Estado en los Estados Unidos de América. “¡Se están cargando nuestra herencia natural!”, gritan, angustiados, nuestros “hippies”. “¡A nosotros que no nos toquen el cocido!”, gritan, amenazadores, nuestros pultifagónides. Mas no hay cuidado. Zapatero, en persona, ha garantizado el agua para la capital. En su mano están el danzón y las piedras de traer la lluvia. Y no hay que descartar las rogativas, aunque laicas, que podrían consistir en pasear a Vera en palanquín. Después de todo, no hay conversación de progres en que salga el nombre de Vera a relucir que no salten todos a la vez: “¡Aquel santo!”
